Después de varios viajes en el 37 recién hoy me dí cuenta de las casitas en el río. De chica así les decía a las plantas potabilizadoras que están en el río y se ven desde la costanera. Pensaba que ahí adentro vivían duendes, o sirenas o alguna de esas cosas que inventan los padres para no tener que pensar ante las preguntas, contantes y molestísimas, de sus hijos. ¿Cómo le explicas a una nena de 5 años que esas construcciones en el medio del río limpian el agua y la mandan a tu casa para que cuando abras la canilla salga agua semi clara? (¿Es así como funcionan, no?) Es más fácil aceptar la propuesta de la nena de 5 que asegura que ahí adentro vive alguna criatura mágica. Y todos contentos.
Más allá de mi habitual mal humor vespertino, producto de un bondi lleno, sueño y cero ganas de hacer otra cosa que no sea dormir, ver las casitas en el río me dio un poco de felicidad. Por un momento volví a tener 5 años, y todas las cosas que generalmente me dan vueltas en la cabeza desaparecieron, para después volver, obviamente.
Y de las casitas en el río me fui a esos tanques gigantes de agua, como el que está, creo, dentro de la esma, que yo creía piletas comunales un poco raras. Mis padres, nuevamente, nunca me corrigieron. ¿Para qué? Mientras no tratara de meterme o algo así, estaba todo bien.
Y seguí pensando en piletas. En especial la del club al que fui toda mi infancia. Además de tener un trampolín enorme de varios metros, del que me tiré sólo una vez, tenía, como toda pileta, un círculo negro pintado en el fondo, en la parte más honda. Siempre tuve una fascinación medio extraña con los tiburones: les tengo mucho miedo, pero no puedo evitar clavarme los documentales que los muestran defenestrando una pobre foca que no llegó a meter quinta e irse. Morbosidad, supongo. Cuestión que alguien, probablemente alguno de mis hermanos, una vez me dijo que del círculo negro salían tiburones justo cuando estabas nadando por arriba. Y yo compré. A partir de ese momento, cada vez que nadaba por esos lados iba rápido, muy rápido, para alcanzar el borde y salir, en caso de que apareciera algún tiburón. Y aunque sabía que era imposible, tuvo que pasar un largo tiempo para que se me fuera ese miedo.
Y cuando estaba en el ápice de mi delirio, el bondi llegó al final de su recorrido y tuve que entrar a cursar. Y tuve que bajar, y ponerme el traje de chica grande con responsabilidades y preocupaciones. Y cuando me quise dar cuenta todos los recuerdos lindos resultaron ser eso, recuerdos.
jueves, 1 de julio de 2010
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las casitas en en río en serio q son mágicas... hacen q el agua llena de staphylococcus y escherichia coli sea semi potable... esa es una graan función!
ResponderEliminarmy fault! y despues te invente que de la mini pileta de casa salian tiburones..yyy compraste, again. me fascinaba ir hasta el punto negro, tocar, y volver, mientras los timpanos explotaban, claro. memorieees
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