Salir a bailar nunca fue una de mis actividades preferidas. Exceptuando la era matinée (en la que tampoco es que me volvía loca por ir al lugar de turno), siempre traté de esquivar la salida al boliche.
Bailar en sí no me disgusta tanto. Y eso que estoy hablando de bailar reggaeton, el 93% de las veces. La música que escucho no suele sonar en los lugares que frecuento los sábados y/o viernes a la noche. Pero los boliches, la mayoría de ellos, son la representación de todo lo que no me gusta. Sin embargo, sigo cayendo en estos lugares, no sin antes luchar (contra mis amigas, claro) pidiendo a gritos alguna fiesta/reunión/bar/muchos etcéteras. El cumpleaños del amigo de la novia del compañero de facultad de la amiga de mi amiga siempre viene bien. Cualquier cosa antes que ir a bailar, salvo quedarme en mi casa.
Entonces trato de hacer de esa salida algo productivo, como por ejemplo analizar a la gente (analizarla a mi modo). Siempre hay algo para analizar, sobretodo a la noche. Es que de noche la gente actúa de formas extrañas: tapados por la oscuridad producto de la falta de sol, hay una especie de sensación de libertad, pareciera que de noche vale todo, o casi todo. Así que para no sentir que estoy perdiendo mi tiempo cuando voy a bailar, me obligo a mí misma a creer que estoy ahí como en una especia de experimento sociológico. Es más o menos así, después de todo.
Estas son las conclusiones a las que llegué después de años de frecuentar boliches. No pueden faltar:
-Las pendejas borrachas: pueden ser vistas en la entrada, sentadas en la calle con la cabeza sobre las piernas, o sea durmiendo, con una o dos amigas alrededor tratando de que de alguna mágica forma se le vaya el pedo. También están adentro, bailando y chocándose con la gente, y haciendo más cosas ridículas que no voy a enumerar porque todo aquel que haya visitado un boliche alguna vez sabe. (Tengo que admitir que alguna vez yo también caí en esta categoría, pero es pasado pisado, pisadísimo).
-El pirata: odio esta palabra, pero es la forma en que son conocidos por todos, así que me voy a apegar a la tiranía social y decirles así. Creo que no hace falta explicar qué es un pirata, Los Auténticos Decadentes se encargaron de explicarlo hace un tiempo.
-Los rugbiers: dícese de la raza de hombres que juegan un deporte llamado “rugby” que consiste en ponerse pantalones muy cortos, y correr tratando de bajar al que tiene la pelota. A estos individuos les gusta estar en grupo y son capaces de hacer cualquier cosa por lograr la aceptación de sus semejantes. En los boliches uno puede encontrarlos en la pista buscando alguien distinto a quien pegarle, o en la barra, siempre en grupo, claro. Misteriosamente, un gran sector del género femenino se siente atraído por estos personajes. Repito, misteriosamente.
-Los que bailan en la tarima: algunos se desesperan por conseguir lugar, y están dispuestos a perder la dignidad, si es que tienen, para estar ahí (empezando por el hecho de que, generalmente, subir a la tarima es un poco complicado y siempre alguien te tiene que empujar). Acá vamos a encontrar de todo: gente que baila bien, gente que baila mal, gente que baila muy mal. Las estrellitas de este espacio son los hombres que bailan tan bien que ya da un poco de rechazo. Tiran pasitos que aprenden en las clases de reggaeton, y tratan de enamorar alguna muchachita desde ahí…desde arriba. Raramente lo consiguen.
-Los que chamuyan todo lo que se mueve: cualquier cosa les viene bien, y es muy gracioso ver cómo el flaco que a las 3 de la mañana arrancó chamuyando a una rubiecita super diosa, a las 5.30 se conforma con lo primero que se choca.
Y después están las situaciones que todos conocemos: el regateo al barman(regateo de regatear, no de re-gatear), las parejitas ocasionales en el medio de la pista, la transpiración, la quemada de cigarrillo, la volcada de cerveza, el grupito que salta al ritmo de la música y atropella a todos, la cola del baño ( donde somos todas amigas), las tocadas de culo y muchas cosas más.
Es muy interesante el ambiente boliche. Uno aprende mucho en estos lugares si se lo propone. En mi caso aprendí todo lo que no quiero ser. Me sirve.
Che, igual un poco me divierto eh.
miércoles, 28 de julio de 2010
lunes, 19 de julio de 2010
A veces pienso (1)
Los que me conocen un poco saben que me gusta el humor medio negro, y todo lo que tiene doble sentido. Y está todo bien, tiro un comentario medio racista y me río rápido. Todos nos reímos, se escucha algún “¡qué hija de puta!” y listo. El tema es cuando hago esos comentarios en frente de gente que no me conoce o me conoce poco. Y no hace falta que digan nada para darme cuenta que lo que dije les cayó mal. No me pone mal que la gente no me crea graciosa, me incomoda pensar que alguien se pueda llevar una imagen bastante distorsionada de mí, todo por un comentario/chiste. Y no está bueno explicar los chistes o justificarlos, lo que dijiste lo dijiste y ya. Pero a veces es necesario que alguien intervenga y “explique”, porque como hay gente que efectivamente discrimina con los comentarios, puede pasar que alguno piense que soy una de esas personas, y eso si que no estaría bueno.
¿A qué viene todo esto? Con todo el tema del matrimonio gay, o igualitario que me parece más correcto, salieron a la luz los comentarios más discriminatorios que escuché en mi vida. Y me sorprendió el grado de violencia/agresión con el cual se expresa mucha gente. Y en algunos casos, el grado de ignorancia de algunos discursos. Y se amparan todos en lo mismo: lo natural. Quién determina qué es natural? Es por tiempo? Por que la guerra existe desde que se creó el mundo. Es natural? Está bien matar gente para tener más territorio/plata/petróleo/lo que sea? Ya casi ni existe el concepto de natural, y es de ignorante quedarse debajo del paraguas de lo “natural”. Natural es una manzana que crece en el medio de un bosque. Un papá y una mamá no son más naturales que un papá y un papá, o una mamá y una mamá.
Volviendo a lo de antes, me preocupa que haya gente que pueda pensar de verdad lo que yo pienso en broma. No me preocupa, me da miedo. Me aterra, de hecho. El mundo ya de por sí está lleno de injusticia y desigualdad, no necesitamos gente que promueva eso, todo "por los chicos".
No quiero que esto se convierta en una reflexión personal, porque hay mucho para decir, pero si me explayara un poco más rompería con la línea de blog (¿). De todas formas queda clara mi postura. Y no me queda más que decir chau, hasta la próxima. Prometo que voy a tratar de no ponerme seria.
¿A qué viene todo esto? Con todo el tema del matrimonio gay, o igualitario que me parece más correcto, salieron a la luz los comentarios más discriminatorios que escuché en mi vida. Y me sorprendió el grado de violencia/agresión con el cual se expresa mucha gente. Y en algunos casos, el grado de ignorancia de algunos discursos. Y se amparan todos en lo mismo: lo natural. Quién determina qué es natural? Es por tiempo? Por que la guerra existe desde que se creó el mundo. Es natural? Está bien matar gente para tener más territorio/plata/petróleo/lo que sea? Ya casi ni existe el concepto de natural, y es de ignorante quedarse debajo del paraguas de lo “natural”. Natural es una manzana que crece en el medio de un bosque. Un papá y una mamá no son más naturales que un papá y un papá, o una mamá y una mamá.
Volviendo a lo de antes, me preocupa que haya gente que pueda pensar de verdad lo que yo pienso en broma. No me preocupa, me da miedo. Me aterra, de hecho. El mundo ya de por sí está lleno de injusticia y desigualdad, no necesitamos gente que promueva eso, todo "por los chicos".
No quiero que esto se convierta en una reflexión personal, porque hay mucho para decir, pero si me explayara un poco más rompería con la línea de blog (¿). De todas formas queda clara mi postura. Y no me queda más que decir chau, hasta la próxima. Prometo que voy a tratar de no ponerme seria.
jueves, 8 de julio de 2010
No estoy mirando
Una de las grandes razones por las cuales trato de no viajar en subte es la incomodidad que me produce. Todos callados. Muy juntos. Unos sentados y los otros parados, mirando desde arriba, con una especia de odio y envidia. La gente que se desespera por conseguir asiento cuando se abren las puertas. Los que no te dejan pasar cuando querés bajarte. La respiración de la gente. El boludo que escucha música, fea, muy fuerte. El otro boludo que habla a los gritos por celular. Y el malhumor general, claro: no sólo estás viajando como el orto, además seguro vas a llegar medio hecha mierda y tarde, porque el subte inexplicablemente para entre estaciones, o hay tanta gente que no se pueden cerrar las puertas. Y te empieza a agarrar calor y ya no sabés que más sacarte, ni donde ponerlo.
Pero lo que más me molesta, sobretodo si estoy sentada, es no saber a donde mirar. ¿A las caras de los que tenés enfrente? ¿Al piso? ¿A los ojos del de arriba? Cerrar los ojos parece una buena opción, pero cuando los abras vas a tener a 3 o 4 personas mirándote fijo, muy fijo.
Lo que me pasa a mí es que cuelgo, y de repente me doy cuenta que estoy mirando a lo que tengo adelante mío. Y si estoy sentada, lo que tengo adelante es una persona. Y si estoy sentada mis ojos están a nivel de la cintura de la persona. Y si todas estas variantes se dan, y lo que tengo delante es un caballero, mis ojos van a estar mirando directamente al bulto que tengo delante. Si no se dan cuenta, todo bien. Vuelvo a mí, y cambio la dirección de la mirada. Pero cuando se dan cuenta se empiezan a poner nerviosos. Se miran a ver si hay algo que está mal, se mueven, tratan de taparse con la mochila o lo que tengan delante. Es incómodo para ellos y para mí, porque quedo como una pervertida que aprovecha el tumulto para ver cómo vienen los hombres que viajan en subte.
Lo único que quiero que quede claro, es que no lo hago a propósito, son las vueltas de la vida, o del subte mejor dicho, que permiten que estas cosas pasen.
Caballeros del mundo subte, quédense tranquilos, no los estoy mirando.
Pero lo que más me molesta, sobretodo si estoy sentada, es no saber a donde mirar. ¿A las caras de los que tenés enfrente? ¿Al piso? ¿A los ojos del de arriba? Cerrar los ojos parece una buena opción, pero cuando los abras vas a tener a 3 o 4 personas mirándote fijo, muy fijo.
Lo que me pasa a mí es que cuelgo, y de repente me doy cuenta que estoy mirando a lo que tengo adelante mío. Y si estoy sentada, lo que tengo adelante es una persona. Y si estoy sentada mis ojos están a nivel de la cintura de la persona. Y si todas estas variantes se dan, y lo que tengo delante es un caballero, mis ojos van a estar mirando directamente al bulto que tengo delante. Si no se dan cuenta, todo bien. Vuelvo a mí, y cambio la dirección de la mirada. Pero cuando se dan cuenta se empiezan a poner nerviosos. Se miran a ver si hay algo que está mal, se mueven, tratan de taparse con la mochila o lo que tengan delante. Es incómodo para ellos y para mí, porque quedo como una pervertida que aprovecha el tumulto para ver cómo vienen los hombres que viajan en subte.
Lo único que quiero que quede claro, es que no lo hago a propósito, son las vueltas de la vida, o del subte mejor dicho, que permiten que estas cosas pasen.
Caballeros del mundo subte, quédense tranquilos, no los estoy mirando.
jueves, 1 de julio de 2010
Casitas en el río
Después de varios viajes en el 37 recién hoy me dí cuenta de las casitas en el río. De chica así les decía a las plantas potabilizadoras que están en el río y se ven desde la costanera. Pensaba que ahí adentro vivían duendes, o sirenas o alguna de esas cosas que inventan los padres para no tener que pensar ante las preguntas, contantes y molestísimas, de sus hijos. ¿Cómo le explicas a una nena de 5 años que esas construcciones en el medio del río limpian el agua y la mandan a tu casa para que cuando abras la canilla salga agua semi clara? (¿Es así como funcionan, no?) Es más fácil aceptar la propuesta de la nena de 5 que asegura que ahí adentro vive alguna criatura mágica. Y todos contentos.
Más allá de mi habitual mal humor vespertino, producto de un bondi lleno, sueño y cero ganas de hacer otra cosa que no sea dormir, ver las casitas en el río me dio un poco de felicidad. Por un momento volví a tener 5 años, y todas las cosas que generalmente me dan vueltas en la cabeza desaparecieron, para después volver, obviamente.
Y de las casitas en el río me fui a esos tanques gigantes de agua, como el que está, creo, dentro de la esma, que yo creía piletas comunales un poco raras. Mis padres, nuevamente, nunca me corrigieron. ¿Para qué? Mientras no tratara de meterme o algo así, estaba todo bien.
Y seguí pensando en piletas. En especial la del club al que fui toda mi infancia. Además de tener un trampolín enorme de varios metros, del que me tiré sólo una vez, tenía, como toda pileta, un círculo negro pintado en el fondo, en la parte más honda. Siempre tuve una fascinación medio extraña con los tiburones: les tengo mucho miedo, pero no puedo evitar clavarme los documentales que los muestran defenestrando una pobre foca que no llegó a meter quinta e irse. Morbosidad, supongo. Cuestión que alguien, probablemente alguno de mis hermanos, una vez me dijo que del círculo negro salían tiburones justo cuando estabas nadando por arriba. Y yo compré. A partir de ese momento, cada vez que nadaba por esos lados iba rápido, muy rápido, para alcanzar el borde y salir, en caso de que apareciera algún tiburón. Y aunque sabía que era imposible, tuvo que pasar un largo tiempo para que se me fuera ese miedo.
Y cuando estaba en el ápice de mi delirio, el bondi llegó al final de su recorrido y tuve que entrar a cursar. Y tuve que bajar, y ponerme el traje de chica grande con responsabilidades y preocupaciones. Y cuando me quise dar cuenta todos los recuerdos lindos resultaron ser eso, recuerdos.
Más allá de mi habitual mal humor vespertino, producto de un bondi lleno, sueño y cero ganas de hacer otra cosa que no sea dormir, ver las casitas en el río me dio un poco de felicidad. Por un momento volví a tener 5 años, y todas las cosas que generalmente me dan vueltas en la cabeza desaparecieron, para después volver, obviamente.
Y de las casitas en el río me fui a esos tanques gigantes de agua, como el que está, creo, dentro de la esma, que yo creía piletas comunales un poco raras. Mis padres, nuevamente, nunca me corrigieron. ¿Para qué? Mientras no tratara de meterme o algo así, estaba todo bien.
Y seguí pensando en piletas. En especial la del club al que fui toda mi infancia. Además de tener un trampolín enorme de varios metros, del que me tiré sólo una vez, tenía, como toda pileta, un círculo negro pintado en el fondo, en la parte más honda. Siempre tuve una fascinación medio extraña con los tiburones: les tengo mucho miedo, pero no puedo evitar clavarme los documentales que los muestran defenestrando una pobre foca que no llegó a meter quinta e irse. Morbosidad, supongo. Cuestión que alguien, probablemente alguno de mis hermanos, una vez me dijo que del círculo negro salían tiburones justo cuando estabas nadando por arriba. Y yo compré. A partir de ese momento, cada vez que nadaba por esos lados iba rápido, muy rápido, para alcanzar el borde y salir, en caso de que apareciera algún tiburón. Y aunque sabía que era imposible, tuvo que pasar un largo tiempo para que se me fuera ese miedo.
Y cuando estaba en el ápice de mi delirio, el bondi llegó al final de su recorrido y tuve que entrar a cursar. Y tuve que bajar, y ponerme el traje de chica grande con responsabilidades y preocupaciones. Y cuando me quise dar cuenta todos los recuerdos lindos resultaron ser eso, recuerdos.
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