domingo, 16 de mayo de 2010

El ataque de las palomas asesinas

Desde que empecé a andar sola en colectivo, cada vez que me bajo en la parada del colegio sobre la avenida, tengo el mismo problema. Hay un ser...malo, muy malo. A partir de las cuatro de la tarde, más o menos, se posiciona. Siempre en el mismo lugar. Se sienta, se queda mirando. Saca la bolsa, que estuvo preparando todo el día, y empieza. Tira un poco y llegan. Diez palomas. Después cinco más. Así hasta que se arma un grupete de palomas ávidas de migas de pan, que no van a dejar que nada se interponga en su camino. Y por nada me refiero a nada, ni siquiera a la gente que pasa caminando.
Para colmo, el señor se sienta en la parte más angosta de la calle, en el medio del puesto de flores y el kiosco. Entonces si querés pasar por ahí no queda otra que llenarte de orgullo, contar hasta 10 y mandarte rápido, tratando de no mirar a los ojos a estas hijas de puta que están como extasiadas por el pan.
Siempre me funca. Hasta hace un par de días.
Me bajé, y empecé a caminar por Maipú. Llegó el momento. Ahí estaba él, ahí estaban ellas. Y yo. Había más de las que suele haber. Pero me mandé igual. Primer paso. Segundo. Otro más. Llegué al límite de su territorio. Si ya estaba ahí, no quedaba otra que cruzar lo más rápido posible esos 4 metros. Debo haber pisado un pan o algo así, porque se me vinieron cinco palomas a los pies. Instinto: patear( al son de mi grito que sirve para todas las ocasiones, el gritito que una amiga calificó de "de cotorra"). Si alguna vez trataste de patear y caminar al mismo tiempo sabrás que hay un 84% de probabilidad de que te caigas, mínimo que trastabilles. No llegué a caerme, fue más un tropezón en el que ninguna parte de mi cuerpo estaba tocando el piso. Mitad de media milésima de segundo ya me había repuesto, pero estaba en la mitad del trayecto. Y fue así cuando otras cinco palomas me atacaron, esta vez de la cintura para arriba. Encima tenía la campera colgando, y juro, juro, que una trató de hacer de mi abrigo un nido. Se metió y no salía, la hija de puta. A esta altura, ya perdí mi dignidad y no me importó hacer los movimientos que hice y pegar los gritos que pegué. Ya estaba jugada.
Fue todo muy rápido. Salí del territorio palomas, me dí vuelta para mirar con alta cara de culo al viejo, mientras me arreglaba el pelo que había quedado más revuelto que de costumbre. Cruzamos miradas, y él se dio cuenta de mi intención de bardeo telepático y me mandó tres palomas más. Me dí vuelta muy rápido y seguí caminando, esta vez más rápido y los palomas volvieron a su zona. No me dí vuelta nunca más.
Llegué a casa, cerré las ventanas y me quedé un rato mirando para afuera, a ver si había palomas dando vueltas.
Hasta ahora no volví a la zona. Volví, pero no era la hora.
Parte de mí quiere venganza, parte de mí llora de tan sólo pensar un nuevo encuentro.
No sé si voy a encontrar solución a este asunto. Por el momento, voy a evitar bajar en esa parada, total es lo mismo. Una cuadra.

2 comentarios:

  1. Odio la cuadra entre Agustin Alvarez y Lavalle.
    La parada de las heras se la banca, Mas claro? hechale agua sister.

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  2. Eso te pasa por gila, la onda es bajarse en las heras mamiii A demás ese viejo puto mete miedo pegando con su bastoncete los palos de las calles, yo no paso por ahi salvo cuestion de vida o muerte.
    La pequeña Barres-Renau la saaabe!

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