De mi casa a la facultad tardo, mínimo, 45 minutos en colectivo. De vuelta es lo mismo, y dependiendo del día y la hora capaz hasta un poco más. Es decir, de base tengo 1 hora 30 minutos arriba de un bondi todos los lunes a viernes del año (salvo cuando es feriado, vacaciones, me llevan en auto o no voy, que siendo yo tan aplicada, rara vez pasa). A esa hora treinta por día le agrego 3 horas por fin de semana, o capaz un poco más. En total, y si me equivoco (puede pasar, puede pasar) corríjanme, por semana tengo mínimo unas diez horas 30 minutos, arriba de un bondi. Ponele 12, más redondo.
No tengo ganas de hacerlo, pero imagínense cuánto tiempo pierdo a lo largo de mi vida viajando en bondi con esos números que les tiré.
Es bastante…bueno, más o menos…hay gente que viaja mucho más, pero acá hablo de mí, salvo cuando critico, claro.
Como los números no son lo mío, me voy a correr de eje y voy a pasar a lo que me gusta: criticar. Ah, no…emmm…contar lo que veo desde un punto de vista subjetivo y opinante.
Mi colectivo de cabecera es el 152. Casi siempre me lo tomo a la misma hora. Del mismo lugar, al mismo lugar. Sin embargo, el 152 pasa tan seguido que rara vez me cruzo a la misma gente. Pero tengo visto a un par. Ejemplos: una señora de aproximadamente 67 años y 4 meses, con mucha cara de conchuda, que se sube fingiendo caminar medio mal, encuentra asiento, y al bajarse camina más rápido que yo; un friki con Marilyn Manson, o símil, al mango que nunca, nunca, se sienta; un ex colorado de 30 años, ponele, que se sube hablando por teléfono, corta, manda mensajes, vuelve a hablar por teléfono, vuelve a cortar, y así sigue hasta que yo me bajo; una parejita palermitana que no se suelta; una pibita medio hippie, morral, sweeter norteño y rasta cocida que se baja por Sociales; y ya no lo veo más, pero el año pasado siempre me cruzaba a un chico con un buzo de Vilo, muy parecido al Ogro Fabbiani, que un día se subió con una bombita de luz pegada a una maderita. Y hay más, pero son insignificantes.
Esto de día. El 152 de noche es un mundo distinto. Tenés a las pibitas que se suben borrachas, cantando canciones de cancha, provocando la sonrisa de casi todo el bondi (la mía no); tenés a los frikis que se suben por la zona de la bond street; los pibes que aprovechan el estado de ebriedad de alguna chica para sacarle el celular o el facebook; los que se juntan a ver Star Wars y comer helado y onda 4 arrancan a sus respectivas cuevas; los conocidos que mucho no se llevan y coinciden vuelta, y tratan de disimular la incomodidad hablando de giladas.
Y aunque parezca que la paso como el orto, en realidad la paso bastante bien. Salvo esos días en que la ciudad es un desastre y el colectivo no avanza, o está lleno de gente o varios etcéteras, disfruto bastante el viaje en bondi: soy bastante selectiva con los colectivos y consigo lugar el 91% de las veces. Y una vez que estoy sentada ya está, puedo escuchar música, y poner pausa cuando quiero escuchar alguna conversación cercana, o leer, posicionándome estratégicamente para que los curiosos no puedan ver qué estoy leyendo y se mueran de intriga.
Mis viajes preferidos son aquellos donde los colectiveros se pelean con los transeúntes. Los colectiveros no son mi gente preferida, pero arriba del bondi les permito casi todo, siempre y cuando se mantengan en la legalidad. Además es como que cuando estoy en el bondi lo defiendo a muerte, es mi equipo.
En conclusión, me gusta viajar en colectivo. Pero si me quieren llevar en auto, mejor.
Uno veinticinco, por favor.
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martes, 31 de agosto de 2010
miércoles, 28 de julio de 2010
De boliche en boliche
Salir a bailar nunca fue una de mis actividades preferidas. Exceptuando la era matinée (en la que tampoco es que me volvía loca por ir al lugar de turno), siempre traté de esquivar la salida al boliche.
Bailar en sí no me disgusta tanto. Y eso que estoy hablando de bailar reggaeton, el 93% de las veces. La música que escucho no suele sonar en los lugares que frecuento los sábados y/o viernes a la noche. Pero los boliches, la mayoría de ellos, son la representación de todo lo que no me gusta. Sin embargo, sigo cayendo en estos lugares, no sin antes luchar (contra mis amigas, claro) pidiendo a gritos alguna fiesta/reunión/bar/muchos etcéteras. El cumpleaños del amigo de la novia del compañero de facultad de la amiga de mi amiga siempre viene bien. Cualquier cosa antes que ir a bailar, salvo quedarme en mi casa.
Entonces trato de hacer de esa salida algo productivo, como por ejemplo analizar a la gente (analizarla a mi modo). Siempre hay algo para analizar, sobretodo a la noche. Es que de noche la gente actúa de formas extrañas: tapados por la oscuridad producto de la falta de sol, hay una especie de sensación de libertad, pareciera que de noche vale todo, o casi todo. Así que para no sentir que estoy perdiendo mi tiempo cuando voy a bailar, me obligo a mí misma a creer que estoy ahí como en una especia de experimento sociológico. Es más o menos así, después de todo.
Estas son las conclusiones a las que llegué después de años de frecuentar boliches. No pueden faltar:
-Las pendejas borrachas: pueden ser vistas en la entrada, sentadas en la calle con la cabeza sobre las piernas, o sea durmiendo, con una o dos amigas alrededor tratando de que de alguna mágica forma se le vaya el pedo. También están adentro, bailando y chocándose con la gente, y haciendo más cosas ridículas que no voy a enumerar porque todo aquel que haya visitado un boliche alguna vez sabe. (Tengo que admitir que alguna vez yo también caí en esta categoría, pero es pasado pisado, pisadísimo).
-El pirata: odio esta palabra, pero es la forma en que son conocidos por todos, así que me voy a apegar a la tiranía social y decirles así. Creo que no hace falta explicar qué es un pirata, Los Auténticos Decadentes se encargaron de explicarlo hace un tiempo.
-Los rugbiers: dícese de la raza de hombres que juegan un deporte llamado “rugby” que consiste en ponerse pantalones muy cortos, y correr tratando de bajar al que tiene la pelota. A estos individuos les gusta estar en grupo y son capaces de hacer cualquier cosa por lograr la aceptación de sus semejantes. En los boliches uno puede encontrarlos en la pista buscando alguien distinto a quien pegarle, o en la barra, siempre en grupo, claro. Misteriosamente, un gran sector del género femenino se siente atraído por estos personajes. Repito, misteriosamente.
-Los que bailan en la tarima: algunos se desesperan por conseguir lugar, y están dispuestos a perder la dignidad, si es que tienen, para estar ahí (empezando por el hecho de que, generalmente, subir a la tarima es un poco complicado y siempre alguien te tiene que empujar). Acá vamos a encontrar de todo: gente que baila bien, gente que baila mal, gente que baila muy mal. Las estrellitas de este espacio son los hombres que bailan tan bien que ya da un poco de rechazo. Tiran pasitos que aprenden en las clases de reggaeton, y tratan de enamorar alguna muchachita desde ahí…desde arriba. Raramente lo consiguen.
-Los que chamuyan todo lo que se mueve: cualquier cosa les viene bien, y es muy gracioso ver cómo el flaco que a las 3 de la mañana arrancó chamuyando a una rubiecita super diosa, a las 5.30 se conforma con lo primero que se choca.
Y después están las situaciones que todos conocemos: el regateo al barman(regateo de regatear, no de re-gatear), las parejitas ocasionales en el medio de la pista, la transpiración, la quemada de cigarrillo, la volcada de cerveza, el grupito que salta al ritmo de la música y atropella a todos, la cola del baño ( donde somos todas amigas), las tocadas de culo y muchas cosas más.
Es muy interesante el ambiente boliche. Uno aprende mucho en estos lugares si se lo propone. En mi caso aprendí todo lo que no quiero ser. Me sirve.
Che, igual un poco me divierto eh.
Bailar en sí no me disgusta tanto. Y eso que estoy hablando de bailar reggaeton, el 93% de las veces. La música que escucho no suele sonar en los lugares que frecuento los sábados y/o viernes a la noche. Pero los boliches, la mayoría de ellos, son la representación de todo lo que no me gusta. Sin embargo, sigo cayendo en estos lugares, no sin antes luchar (contra mis amigas, claro) pidiendo a gritos alguna fiesta/reunión/bar/muchos etcéteras. El cumpleaños del amigo de la novia del compañero de facultad de la amiga de mi amiga siempre viene bien. Cualquier cosa antes que ir a bailar, salvo quedarme en mi casa.
Entonces trato de hacer de esa salida algo productivo, como por ejemplo analizar a la gente (analizarla a mi modo). Siempre hay algo para analizar, sobretodo a la noche. Es que de noche la gente actúa de formas extrañas: tapados por la oscuridad producto de la falta de sol, hay una especie de sensación de libertad, pareciera que de noche vale todo, o casi todo. Así que para no sentir que estoy perdiendo mi tiempo cuando voy a bailar, me obligo a mí misma a creer que estoy ahí como en una especia de experimento sociológico. Es más o menos así, después de todo.
Estas son las conclusiones a las que llegué después de años de frecuentar boliches. No pueden faltar:
-Las pendejas borrachas: pueden ser vistas en la entrada, sentadas en la calle con la cabeza sobre las piernas, o sea durmiendo, con una o dos amigas alrededor tratando de que de alguna mágica forma se le vaya el pedo. También están adentro, bailando y chocándose con la gente, y haciendo más cosas ridículas que no voy a enumerar porque todo aquel que haya visitado un boliche alguna vez sabe. (Tengo que admitir que alguna vez yo también caí en esta categoría, pero es pasado pisado, pisadísimo).
-El pirata: odio esta palabra, pero es la forma en que son conocidos por todos, así que me voy a apegar a la tiranía social y decirles así. Creo que no hace falta explicar qué es un pirata, Los Auténticos Decadentes se encargaron de explicarlo hace un tiempo.
-Los rugbiers: dícese de la raza de hombres que juegan un deporte llamado “rugby” que consiste en ponerse pantalones muy cortos, y correr tratando de bajar al que tiene la pelota. A estos individuos les gusta estar en grupo y son capaces de hacer cualquier cosa por lograr la aceptación de sus semejantes. En los boliches uno puede encontrarlos en la pista buscando alguien distinto a quien pegarle, o en la barra, siempre en grupo, claro. Misteriosamente, un gran sector del género femenino se siente atraído por estos personajes. Repito, misteriosamente.
-Los que bailan en la tarima: algunos se desesperan por conseguir lugar, y están dispuestos a perder la dignidad, si es que tienen, para estar ahí (empezando por el hecho de que, generalmente, subir a la tarima es un poco complicado y siempre alguien te tiene que empujar). Acá vamos a encontrar de todo: gente que baila bien, gente que baila mal, gente que baila muy mal. Las estrellitas de este espacio son los hombres que bailan tan bien que ya da un poco de rechazo. Tiran pasitos que aprenden en las clases de reggaeton, y tratan de enamorar alguna muchachita desde ahí…desde arriba. Raramente lo consiguen.
-Los que chamuyan todo lo que se mueve: cualquier cosa les viene bien, y es muy gracioso ver cómo el flaco que a las 3 de la mañana arrancó chamuyando a una rubiecita super diosa, a las 5.30 se conforma con lo primero que se choca.
Y después están las situaciones que todos conocemos: el regateo al barman(regateo de regatear, no de re-gatear), las parejitas ocasionales en el medio de la pista, la transpiración, la quemada de cigarrillo, la volcada de cerveza, el grupito que salta al ritmo de la música y atropella a todos, la cola del baño ( donde somos todas amigas), las tocadas de culo y muchas cosas más.
Es muy interesante el ambiente boliche. Uno aprende mucho en estos lugares si se lo propone. En mi caso aprendí todo lo que no quiero ser. Me sirve.
Che, igual un poco me divierto eh.
jueves, 27 de mayo de 2010
Vicente Martes
No sé porqué esperé hasta el martes para ir a la 9 de Julio. Pero no me quería quedar afuera. Así que el 25 a eso de las 6 de la tarde arranqué para la avenida, que nosotros creemos, más ancha del mundo.
Al llegar sabía cómo iba a terminar todo: me iba a ir después de un rato de caminata y algo de mal humor. Y adelanto que así fue.
Primer intento: penetrar a la gente para llegar a un lugar semi decente y ver el show. Resultado: avanzamos 20 metros y tuvimos que desistir ante la cantidad de gente que quería entrar y salir. Me quedé varada un rato entre una madre con un hijo a cuestas y otro de la mano que me pegaba pataditas porque estaba inquieto. Empieza a faltar el aire y la desesperación aumenta. Un par de pibes se ríen, unas señoras de indignan y yo me quiero ir a la mierda.
Cada tanto me reía, al escuchar los comentarios de algún compatriota. “No estamos mejor acá Jorge, era mejor el otro lado”, le decía una señora a, supongo, su marido. “Mirá lo que es esto, mejor lugar no vamos a encontrar”, decía Jorge con voz cansada. Por otro lado, un hombre gritaba que si nos organizábamos podíamos salir y entrar todos, y otro decía que si nos organizábamos cogíamos todos.( con las manos para arriba como empujando algo)
Me irrité un poco más y me fui. Volví a pelear con la horda de gente que trataba de salir/entrar, esta vez con menos moderación, porque me estaba yendo y me importaba muy poco que la gente me mirara mal porque la empujaba (aunque pidiera permiso y gracias).
Empezamos a caminar (hablo el plural porque esta vez las cosas me pasaron no sólo a mí, sino también a mi amiga, la vecina) por las calles paralelas, acompañados por gente que volvía, extranjeros y un par de locales cansados de tanto festejo. De repente empezamos a escuchar a Charly García cantando de influencias, y antes de poder esperanzarnos con cualquier participación del ídolo de ahora perfil bajo, nos dimos cuenta que la música venía de un departamento que con las ventanas abiertas, de donde colgaba una bandera whipala, dejaba salir la melodía.
Caminamos, caminamos y caminamos hasta Independencia. “No hay ni habrá empanadas”, decía un papel en el stand de Salta. Volaban los comentarios, sobre historia, sobre Fito Páez y los shows del bicente, sobre la sexualidad de algunos próceres, sobre los presidentes que estaban presentes…
No me cambiaba la vida quedarme a ver a Fito, y como tenía la leve sospecha, que después se confirmó (ja), de que no iba a tocar a las 9, decidimos irnos y seguir haciendo la “reflexión” desde casa.
Subte gratis, adentro. Mi casa me esperaba con empanadas y con la tele encendida en el show que fui a ver pero nunca vi.
Mucha, mucha, muchísima gente. Qué bueno que ya me fui. No me quiero imaginar la vuelta de todas esas personas. Al sur, al norte y al oeste. Bondis hasta las manos, tráfico, taxis sin cartel rojo. Pero caras felices. Al fin algo salió bien.
Y de acá a 100 años, si es que todavía hay mundo, se va a hablar de los festejos del Bicentenario y yo, que voy a seguir viva señores, voy a decir que estuve ahí.
Al llegar sabía cómo iba a terminar todo: me iba a ir después de un rato de caminata y algo de mal humor. Y adelanto que así fue.
Primer intento: penetrar a la gente para llegar a un lugar semi decente y ver el show. Resultado: avanzamos 20 metros y tuvimos que desistir ante la cantidad de gente que quería entrar y salir. Me quedé varada un rato entre una madre con un hijo a cuestas y otro de la mano que me pegaba pataditas porque estaba inquieto. Empieza a faltar el aire y la desesperación aumenta. Un par de pibes se ríen, unas señoras de indignan y yo me quiero ir a la mierda.
Cada tanto me reía, al escuchar los comentarios de algún compatriota. “No estamos mejor acá Jorge, era mejor el otro lado”, le decía una señora a, supongo, su marido. “Mirá lo que es esto, mejor lugar no vamos a encontrar”, decía Jorge con voz cansada. Por otro lado, un hombre gritaba que si nos organizábamos podíamos salir y entrar todos, y otro decía que si nos organizábamos cogíamos todos.( con las manos para arriba como empujando algo)
Me irrité un poco más y me fui. Volví a pelear con la horda de gente que trataba de salir/entrar, esta vez con menos moderación, porque me estaba yendo y me importaba muy poco que la gente me mirara mal porque la empujaba (aunque pidiera permiso y gracias).
Empezamos a caminar (hablo el plural porque esta vez las cosas me pasaron no sólo a mí, sino también a mi amiga, la vecina) por las calles paralelas, acompañados por gente que volvía, extranjeros y un par de locales cansados de tanto festejo. De repente empezamos a escuchar a Charly García cantando de influencias, y antes de poder esperanzarnos con cualquier participación del ídolo de ahora perfil bajo, nos dimos cuenta que la música venía de un departamento que con las ventanas abiertas, de donde colgaba una bandera whipala, dejaba salir la melodía.
Caminamos, caminamos y caminamos hasta Independencia. “No hay ni habrá empanadas”, decía un papel en el stand de Salta. Volaban los comentarios, sobre historia, sobre Fito Páez y los shows del bicente, sobre la sexualidad de algunos próceres, sobre los presidentes que estaban presentes…
No me cambiaba la vida quedarme a ver a Fito, y como tenía la leve sospecha, que después se confirmó (ja), de que no iba a tocar a las 9, decidimos irnos y seguir haciendo la “reflexión” desde casa.
Subte gratis, adentro. Mi casa me esperaba con empanadas y con la tele encendida en el show que fui a ver pero nunca vi.
Mucha, mucha, muchísima gente. Qué bueno que ya me fui. No me quiero imaginar la vuelta de todas esas personas. Al sur, al norte y al oeste. Bondis hasta las manos, tráfico, taxis sin cartel rojo. Pero caras felices. Al fin algo salió bien.
Y de acá a 100 años, si es que todavía hay mundo, se va a hablar de los festejos del Bicentenario y yo, que voy a seguir viva señores, voy a decir que estuve ahí.
miércoles, 12 de mayo de 2010
De Skaters, Ciclistas y otras cosas
Hay gente que cansada de los transportes públicos convencionales decide hacer la suya y sacar la bici, el skate y hasta los rollers(los más osados)a la calle.
No todos podemos hacer esto. Yo por ejemplo. En bici no duraría ni un viaje de 10 cuadras por una avenida. Sobretodo si voy escuchando música. Me abstraigo y chau, fui.
Por eso me gusta ver gente andando en bici o en skate por cabildo o alguna otra avenida heavy, llena de bondis, taxistas irritados y gente que aprendió a manejar hace poco. A veces los envidio, a veces no.
Hoy venía en el 152, obviamente, y me quedé como 20 cuadras mirando a un pibito que venía en skate, o patineta, como quieras decirle. Venía andando escuchando música. Chupines, zapatillas Vans, gorrito, buzo bien grande. EL estereotipo.
Iba rapidísimo, y casi no frenaba en las esquinas cuando estaba rojo. Se mandaba tranquilísimo.
Después de 20 cuadras me aburrí y dejé de seguirlo con la mirada. El bondi frenó. El pibe nos pasó por al lado a quinta de skate y cruzó la calle. No venía ningún auto. Pero venía un flaco andando en bici. No llegó a frenar a cero. Y el pibe del skate tampoco.(porque convengamos que frenar con un skate es más difícil, bah supongo) No llegaron a chocar, pero el flaco de la bici pegó un volantazo(¿manubriazo?) y se fue a la mierda. El pibe del skate apoyó su vans en la parte de atrás del skate y trastabilló. Los dos se cayeron. Mientras tanto, el bondi seguía frenado por el semáforo y yo rezaba porque ese stop que suele durar 45 segundos durara 5 minutos. Ni en pedo me perdía el desenlace. Los dos se levantaron. Mi morbo pedía a gritos que se cagaran a trompadas. Mi buen ser pedía que se pidieran perdón mutuamente y cada uno siguiera su camino.
Los dos se levantaron sorprendidos, sin entender mucho lo que había pasado. Se hablaban, pero no podía escuchar qué carajo se estaban diciendo: se putearían amablemente? se pedían perdón? se preguntaban cómo estaba cada uno? No sé, no sé, no sé.
El 152 arrancó. Yo seguí mirando para atrás pero no vi nada que me dijera cómo se había resuelto( o no) la trama.
Mientras me iba pensaba qué bueno hubiera sido que además de el skater y el ciclista, uno de esos chicos que andan en rollers por Palermo entregando pizzas se hubiera visto implicado en el asunto. ¿Te imaginas? Una pelea entre un ciclista, un skater y un chico roller. Si alguna vez pasa, quiero estar ahí.
No todos podemos hacer esto. Yo por ejemplo. En bici no duraría ni un viaje de 10 cuadras por una avenida. Sobretodo si voy escuchando música. Me abstraigo y chau, fui.
Por eso me gusta ver gente andando en bici o en skate por cabildo o alguna otra avenida heavy, llena de bondis, taxistas irritados y gente que aprendió a manejar hace poco. A veces los envidio, a veces no.
Hoy venía en el 152, obviamente, y me quedé como 20 cuadras mirando a un pibito que venía en skate, o patineta, como quieras decirle. Venía andando escuchando música. Chupines, zapatillas Vans, gorrito, buzo bien grande. EL estereotipo.
Iba rapidísimo, y casi no frenaba en las esquinas cuando estaba rojo. Se mandaba tranquilísimo.
Después de 20 cuadras me aburrí y dejé de seguirlo con la mirada. El bondi frenó. El pibe nos pasó por al lado a quinta de skate y cruzó la calle. No venía ningún auto. Pero venía un flaco andando en bici. No llegó a frenar a cero. Y el pibe del skate tampoco.(porque convengamos que frenar con un skate es más difícil, bah supongo) No llegaron a chocar, pero el flaco de la bici pegó un volantazo(¿manubriazo?) y se fue a la mierda. El pibe del skate apoyó su vans en la parte de atrás del skate y trastabilló. Los dos se cayeron. Mientras tanto, el bondi seguía frenado por el semáforo y yo rezaba porque ese stop que suele durar 45 segundos durara 5 minutos. Ni en pedo me perdía el desenlace. Los dos se levantaron. Mi morbo pedía a gritos que se cagaran a trompadas. Mi buen ser pedía que se pidieran perdón mutuamente y cada uno siguiera su camino.
Los dos se levantaron sorprendidos, sin entender mucho lo que había pasado. Se hablaban, pero no podía escuchar qué carajo se estaban diciendo: se putearían amablemente? se pedían perdón? se preguntaban cómo estaba cada uno? No sé, no sé, no sé.
El 152 arrancó. Yo seguí mirando para atrás pero no vi nada que me dijera cómo se había resuelto( o no) la trama.
Mientras me iba pensaba qué bueno hubiera sido que además de el skater y el ciclista, uno de esos chicos que andan en rollers por Palermo entregando pizzas se hubiera visto implicado en el asunto. ¿Te imaginas? Una pelea entre un ciclista, un skater y un chico roller. Si alguna vez pasa, quiero estar ahí.
domingo, 18 de abril de 2010
¿Bafici? Sí, sí
La sala más grande del Cine Atlas de Santa Fé. Llena de gente. Jóvenes más que nada. Pibitos y pibitas. La gente más copada, más cool, más imponetendencia de la city. Todo muy lindo. Gran escenario.
Una película ¿independiente? brasilera: adolescencia, música e internet, como dijo el director, Esmir Filho, que para mi (grata) sorpresa estaba ahí.
¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando pensás en Brasil? Playa, fútbol, samba, gente contenta y sin preocupaciones. Bueno, nada que ver. La película se desarrolla en una ciudad del sur de Brasil. El sur frío, el sur alemán, según el director. Hay adolescentes. Hay internet. Hay música. Pero hay mucho más: hay suicidio; hay adolescentes conflictuados; hay blogs; videos raros; una chica que aparece sólo en videos; hay fascinación por Bob Dylan; un hombre que vuelve; masturbación; sueños que se mezclan con la realidad. Hay misterio.
Y como hay misterio hay distintas interpretaciones.
Pero mejor mirala.
Las nosécuantaspersonas presentes en la mega sala del Atlas aplaudieron a más no poder. Siguieron preguntas al director y al autor del libro en el que se basó la película que, además es uno de los actores. Nada muy relevante. ¿Por qué ese nombre? ¿Cómo te sentiste haciendo tu primer largo? ¿Vas a sacar la peli a DVD? Lo más interesante que dijo el director fue que el casting se hizo vía intenet: quería leer lo que escribían en sus fotologs, blogs y flickrs. Más de 400 chicos vistos. Hasta que dio con Henrique Larré, el protagonista, que tuve ganas de abrazar toda la película. Después, nada más. Felicitaciones y saludos.
Me fui, nos fuimos. Cada uno a un lado distinto. Y nos vemos la próxima.
El BAFICI es todo un evento, claro. Muy a mi pesar, sólo pude ver una película. Por fiaca, por falta de recomendación, falta de tiempo o lo que sea. Pero está bueno. Acostumbrados a películas distintas, hollywoodenses más que nada, es una buena oportunidad para ver lo que no suele ocupar las grandes carteleras de los cines tradicionales. Y puede ser que más de uno se haya ido insatisfecho: que la peli es lenta, que no hay final, que no hay trama. Pero eso es lo que está bueno. Que sea distinto. Que te deje pensando qué carajo significa, qué quiso decir el muñeco este…
Un poco de todo, para todos. No nos quedemos en lo típico.
Una película ¿independiente? brasilera: adolescencia, música e internet, como dijo el director, Esmir Filho, que para mi (grata) sorpresa estaba ahí.
¿Qué es lo primero que se te viene a la mente cuando pensás en Brasil? Playa, fútbol, samba, gente contenta y sin preocupaciones. Bueno, nada que ver. La película se desarrolla en una ciudad del sur de Brasil. El sur frío, el sur alemán, según el director. Hay adolescentes. Hay internet. Hay música. Pero hay mucho más: hay suicidio; hay adolescentes conflictuados; hay blogs; videos raros; una chica que aparece sólo en videos; hay fascinación por Bob Dylan; un hombre que vuelve; masturbación; sueños que se mezclan con la realidad. Hay misterio.
Y como hay misterio hay distintas interpretaciones.
Pero mejor mirala.
Las nosécuantaspersonas presentes en la mega sala del Atlas aplaudieron a más no poder. Siguieron preguntas al director y al autor del libro en el que se basó la película que, además es uno de los actores. Nada muy relevante. ¿Por qué ese nombre? ¿Cómo te sentiste haciendo tu primer largo? ¿Vas a sacar la peli a DVD? Lo más interesante que dijo el director fue que el casting se hizo vía intenet: quería leer lo que escribían en sus fotologs, blogs y flickrs. Más de 400 chicos vistos. Hasta que dio con Henrique Larré, el protagonista, que tuve ganas de abrazar toda la película. Después, nada más. Felicitaciones y saludos.
Me fui, nos fuimos. Cada uno a un lado distinto. Y nos vemos la próxima.
El BAFICI es todo un evento, claro. Muy a mi pesar, sólo pude ver una película. Por fiaca, por falta de recomendación, falta de tiempo o lo que sea. Pero está bueno. Acostumbrados a películas distintas, hollywoodenses más que nada, es una buena oportunidad para ver lo que no suele ocupar las grandes carteleras de los cines tradicionales. Y puede ser que más de uno se haya ido insatisfecho: que la peli es lenta, que no hay final, que no hay trama. Pero eso es lo que está bueno. Que sea distinto. Que te deje pensando qué carajo significa, qué quiso decir el muñeco este…
Un poco de todo, para todos. No nos quedemos en lo típico.
miércoles, 7 de abril de 2010
Mi ciudad, mi quilombo
Abro el word y empiezo a escribir. Qué bueno sería una máquina de escribir de esas bien viejas. Las cosas saldrían mejor. Otra mística.
Tenía miles de cosas en la cabeza volviendo para mi casa. La principal: escribir, escribir, escribir.
Pero como siempre, las mejores ideas llegan en momentos inoportunos: una y media de la tarde, bondi lleno, gente extraña rozando cada parte de mi cuerpo. Se baja una chica. Claramente es mi turno de sentarme. Lo hago. Más tranquila empiezo a divagar. Veo cosas que disparan ideas adentro de mi cabecita. Cosas a desarrollar. Como me conozco y sé que me voy a olvidar trato de sacar un cuaderno. Pero (siempre hay un pero) aparece una señora mayor…buen, semi mayor, no sé. Mi moral (o algo parecido a eso) me dice que me levante y le pregunte si se quiere sentar. Obvio que se quiere sentar. Cruzó todo el colectivo porque me vio cara de boluda. Trata de disimular la sonrisa de vieja hija de puta y me dice “bueno, gracias corazón”.
De vuelta a lo mío, mientras pienso que la vieja se va a bajar en 15 cuadras (no, me equivocaba, se bajó una parada antes que yo) Me voy a olvidar esa idea mágica. Lo sé.
Trato de darle vueltas al concepto para no olvidarme. Repetirlo con distintas palabras. Hasta en distintos idiomas.
Mientras tanto Morrissey me cuenta de su novia en coma, y yo, que obviamente ya me olvidé, trato de mantener mi pie quieto y evitar las miradas de reprobación de la emo que se acaba de subir y se posiciona al lado mío.
Casi Plaza Italia. Un pibe se baja y puedo volver a sentarme. Morrissey me abandonó hace rato y la función shuffle (el Word me corrige y me pone suflé) decidió que era hora de escuchar Joy Division. Bien arriba.
Lo primero que veo cuando miro para la ventana es el Zoológico que, dicho sea de paso, nunca me gustó. “Bienvenidos al Zoo” dice el cartel. Justo justo. El día que tardé más de media hora desde Marcelo T y Callao hasta Güemes y Coronel Díaz porque parece que el subte no anda. De nuevo. El día que escuchamos bombos durante casi toda una clase.
Seguí mirando por la ventana del 152, mi eterno compañero de viajes a cualquier lado.
Y pensé que ya no me sorprende. Me acostumbré a tener un as en la manga cada mañana por si el subte no anda y todos los que suelen viajar por debajo salen a la superficie y me ocupan el Bondi.Ya no me sorprenden los piquetes. Hasta llegué a pensar que hacen bastante pintoresca a la ciudad. Seguro que en otros lados no pasa. Disfrutemos de nuestra singularidad.
Sigo en el bondi. Mr. Ipod ahora me sale con la versión de “New York, New York” de Cat Power. Y parece que hasta ese momento no me había percatado que en una parte dice algo así como que si se puede sobrevivir en Nueva York, se puede sobrevivir en cualquier lado.
Después de 20 años viviendo en Buenos Aires, a Nueva York me la como cruda. ¿El Bronx es heavy? Salí a caminar por Pompeya a las 3 de la mañana a ver qué pasa (no quiero ofender a la gente de Pompeya eh!).
Estoy por llegar a casa y la batería del ipod se muere. Me paro para bajarme. Toco el timbre bien fuerte, porque siempre se pasan mi parada. Me bajo. Estoy caminando para mi casa cuando una chica y un chico con mucha cara de extranjeros me paran y me preguntan por la Quinta de Olivos. You have to walk, les digo y les hago el gestito de que tienen varias cuadras por delante. Gracias, me dicen. O un intento de gracias.
¿Extrañaran su ciudad primer mundista? ¿Qué les dirán a sus amigos cuando hablan por Skype? ¿Qué título le van a poner al álbum de fotos que suban a Facebook?
Llego a casa. Por fin. No hay nadie. Mejor todavía.
Me siento a comer y me llega un mensaje de mi amiga, la tana, la que vino de Milán hace un par de años a conocer y vuelve cada año porque no aguanta la abstinencia. “Me quedo acá dos meses más. Soy feliz”.
Yo tenía ganas de responderle “y yo me quedo acá hasta que me muera”. Me quedo en el quilombo, el caos, la desorganización. Mi quilombo, mi caos, mi desorganización. Obvio, estaría bueno cambiar un par de cosas. Pero mientras tanto, seamos felices como la tana, que no se quiere ir de acá.
Al final me decidí por “que bueno tana, el viernes salimos a festejar eee”.
Tenía miles de cosas en la cabeza volviendo para mi casa. La principal: escribir, escribir, escribir.
Pero como siempre, las mejores ideas llegan en momentos inoportunos: una y media de la tarde, bondi lleno, gente extraña rozando cada parte de mi cuerpo. Se baja una chica. Claramente es mi turno de sentarme. Lo hago. Más tranquila empiezo a divagar. Veo cosas que disparan ideas adentro de mi cabecita. Cosas a desarrollar. Como me conozco y sé que me voy a olvidar trato de sacar un cuaderno. Pero (siempre hay un pero) aparece una señora mayor…buen, semi mayor, no sé. Mi moral (o algo parecido a eso) me dice que me levante y le pregunte si se quiere sentar. Obvio que se quiere sentar. Cruzó todo el colectivo porque me vio cara de boluda. Trata de disimular la sonrisa de vieja hija de puta y me dice “bueno, gracias corazón”.
De vuelta a lo mío, mientras pienso que la vieja se va a bajar en 15 cuadras (no, me equivocaba, se bajó una parada antes que yo) Me voy a olvidar esa idea mágica. Lo sé.
Trato de darle vueltas al concepto para no olvidarme. Repetirlo con distintas palabras. Hasta en distintos idiomas.
Mientras tanto Morrissey me cuenta de su novia en coma, y yo, que obviamente ya me olvidé, trato de mantener mi pie quieto y evitar las miradas de reprobación de la emo que se acaba de subir y se posiciona al lado mío.
Casi Plaza Italia. Un pibe se baja y puedo volver a sentarme. Morrissey me abandonó hace rato y la función shuffle (el Word me corrige y me pone suflé) decidió que era hora de escuchar Joy Division. Bien arriba.
Lo primero que veo cuando miro para la ventana es el Zoológico que, dicho sea de paso, nunca me gustó. “Bienvenidos al Zoo” dice el cartel. Justo justo. El día que tardé más de media hora desde Marcelo T y Callao hasta Güemes y Coronel Díaz porque parece que el subte no anda. De nuevo. El día que escuchamos bombos durante casi toda una clase.
Seguí mirando por la ventana del 152, mi eterno compañero de viajes a cualquier lado.
Y pensé que ya no me sorprende. Me acostumbré a tener un as en la manga cada mañana por si el subte no anda y todos los que suelen viajar por debajo salen a la superficie y me ocupan el Bondi.Ya no me sorprenden los piquetes. Hasta llegué a pensar que hacen bastante pintoresca a la ciudad. Seguro que en otros lados no pasa. Disfrutemos de nuestra singularidad.
Sigo en el bondi. Mr. Ipod ahora me sale con la versión de “New York, New York” de Cat Power. Y parece que hasta ese momento no me había percatado que en una parte dice algo así como que si se puede sobrevivir en Nueva York, se puede sobrevivir en cualquier lado.
Después de 20 años viviendo en Buenos Aires, a Nueva York me la como cruda. ¿El Bronx es heavy? Salí a caminar por Pompeya a las 3 de la mañana a ver qué pasa (no quiero ofender a la gente de Pompeya eh!).
Estoy por llegar a casa y la batería del ipod se muere. Me paro para bajarme. Toco el timbre bien fuerte, porque siempre se pasan mi parada. Me bajo. Estoy caminando para mi casa cuando una chica y un chico con mucha cara de extranjeros me paran y me preguntan por la Quinta de Olivos. You have to walk, les digo y les hago el gestito de que tienen varias cuadras por delante. Gracias, me dicen. O un intento de gracias.
¿Extrañaran su ciudad primer mundista? ¿Qué les dirán a sus amigos cuando hablan por Skype? ¿Qué título le van a poner al álbum de fotos que suban a Facebook?
Llego a casa. Por fin. No hay nadie. Mejor todavía.
Me siento a comer y me llega un mensaje de mi amiga, la tana, la que vino de Milán hace un par de años a conocer y vuelve cada año porque no aguanta la abstinencia. “Me quedo acá dos meses más. Soy feliz”.
Yo tenía ganas de responderle “y yo me quedo acá hasta que me muera”. Me quedo en el quilombo, el caos, la desorganización. Mi quilombo, mi caos, mi desorganización. Obvio, estaría bueno cambiar un par de cosas. Pero mientras tanto, seamos felices como la tana, que no se quiere ir de acá.
Al final me decidí por “que bueno tana, el viernes salimos a festejar eee”.
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