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miércoles, 27 de abril de 2011

Memorias, memorias

Siempre envidie a la gente con mucha memoria.
Lo único que pude aprender de memoria fueron las tablas de multiplicar, y costó bastante. Fueron tardes y tardes de repetir los mismos números una y otra vez, hasta que quedaron fijados en alguna parte de mi cerebrito, gracias a mi madre, que seguramente tuvo que hacer lo mismo con mis dos hermanos algunos años antes.
Hoy, no sé si sé las tablas porque las repetí tanto que ya son como parte de mi ADN o porque ya soy grande y las razono. Yo me inclinaría más por la primera opción.
Lo que siempre me llamó la atención con respecto a la memoria es que hay algunas personas que pueden tener mala memoria, pero tienen la capacidad de recordar ciertas cositas que en verdad, no hacen a la historia. Detalles. Excentricidades. Bizarreadas.
Yo soy una de esas personas. Puede no acordarme nada de mi primer día de facultad pero me acuerdo dónde queda la casa de una amiguita del colegio que no visito desde que tengo 13/14 años. No me acuerdo la dirección, porque de eso se ocupaba mi madre, pero un par de veces pasé por la puerta y la reconocí. Puedo no acordarme de la trama de una película que vi hace dos semanas, pero me acuerdo el teléfono de otra amiga a la que debo haber llamado 4 veces en toda mi vida.
No me acuerdo el orden de ciudades que visitamos en el viaje de egresados, pero me acuerdo de la remera que tenía puesta el día que me caí de la bicicleta y me abrí la pera (una de Los Picapiedras). No me acuerdo cual fue el primer CD que me compré con mi plata, pero me acuerdo que una vez mi hermano me psuedo obligó a comprar un CD de R.E.M. en la cola del Carrefour.
No me acuerdo el nombre de los personajes del último libro que leí, pero me acuerdo de los dibujitos del cassette que más escuché de chica, Piojos y Piojitos. Tampoco me acuerdo del nombre de mis amiguitos de la colonia, pero me acuerdo que una vez le pegué a uno y le rompí los anteojos. En esa colonia había tres hermanos, uno se llamaba Pedro, el otro Tomás y el nombre del otro, que era el que me gustaba a mí, no me lo acuerdo.
También me acuerdo que en 8avo año, o terza media como le decíamos en mi colegio, teníamos los peores viernes de la historia. Cuatro horas de una profesora a la que queríamos tan poco que tratamos de hacerla echar (no lo logramos) y dos horas de ética con un profesor bastante jodido. Era el “día del perdón”, así le pusieron las del otro curso. Básicamente estábamos justificadas por todo. Recuerdo esto, sí, pero no me acuerdo las materias que tuve el último año del colegio, por ejemplo.
Me acuerdo lo que me puse las primeras veces que fui a bailar a matinee pero no me acuerdo qué me puse en mi fiesta de 15. De todos los regalos que alguna vez me dieron me acuerdo sólo de una máquina para hacer helado y un disco de los redondos, “La mosca y la sopa”, ambos para navidad. Siguiendo con este tema, no me acuerdo cuándo me enteré de que Papá Noel no existía, ni quién me lo dijo (aunque sospecho que fueron mis hermanos), pero me acuerdo cuando River ganó la Supercopa con goles del chileno Salas. Y me acuerdo que en ese momento estaba en Luján en la quinta de unos amigos.
Todas estas cosas me las acuerdo de verdad, no porque me las contaron. De esas tengo muchas, porque de chiquita era adorable, obvio.
Mi viejo es igual eh. De hecho, una de las frases que más me hace acordar a él es “y mirá de la boludes de la que me acuerdo…”. Así que ya sabemos de dónde viene la cuestión.
Pero si lo pienso, no es tan terrible. Los recuerdos tienen como una mística diferente, porque de repente se me viene a la mente una imagen que no puedo asociar a ninguna situación, y hay como algo de misterioso en eso, medio novelesco, a mí entender.
Podría seguir ejemplificando el tema, pero mirá qué cosa, ahora no me acuerdo de nada más.

miércoles, 6 de abril de 2011

Una historia

No me acuerdo cuántos años tenía la primera vez que toqué una computadora, pero sí me acuerdo que hice una especie de hormiga en el Paint. A partir de ese momento, usaba la computadora para dibujar animales inventados y cosas muy deformes y después para jugar a los diferentes juegos que nos compraban. Los destacados eran uno de Toy Story, más adelante uno de guerra, uno de Pokemon que venía en un diskette (nunca pasé del nivel 3) y después los Sims en varias versiones que comprábamos truchos en Parque Saavedra. Sí, siempre muy señorita yo.
Obviamente al ser la más chica, mi hermano mayor tenía el privilegio de usarla primero, y mi hermana algo parecido. Así que La Boluda era la que jugaba cuando la computadora estaba hiper mega recalentada y super lenta. (Por eso entre mis actividades preferidas de chica estaba “hablar sola”, pero eso lo cuento en otra ocasión)
Mucho tiempo después, apareció internet. Primero ICQ que nunca entendí ni usé mucho. De hecho me divertía más mirar cómo se iluminaban los pétalos de la florcita mientras me conectaba que estar realmente conectada.
Pasaron un par de años en los que la computadora era un aparato más. Lo importante pasó cuando volví de un campamento escolar que marcaba el fin de una etapa (la media). Habíamos estado en Bariloche siete días o algo así. Tenía 12 o 13 años y estaba pasando por una de mis épocas más amorfas, y al llegar me encontré con el “emeseene”. Mi hermana me explicó muy a grandes rasgos de qué la iba la cosa esta y accedió a hacerme un mail para que pudiera empezar a incursionar en ella.
Por suerte ese día estaba falta de imaginación y mi mail, que hoy sigo usando, no incluye las palabras “k-pa”, “100pre” o esas cosas que estaban de moda ese año entre las adolescentes (como la gargantilla negra de plástico, que tampoco usé). Mi nombre y apellido, cortito y al pie. Pero mi contraseña aludía a lo que fue la canción de ese viaje, “Corazón de gitano”. Si no fuera por el hecho de que es super larga, hoy la seguiría usando.
Al tener el mismo msn de hace casi 10 años, tengo acumulada una gran cantidad de personas que no conozco (ejemplo: tarjeteros de boliches a los que nunca fui/iré) o que no veo/hablo hace milenios (ejemplo 2: compañeros de primaria que dejé de ver antes de tener msn). Pero que estén ahí no molesta, así que la lista puede seguir subiendo, total voy a seguir hablando con las mismas 10/15 personas.
El otro hito fue el fotolog. Creo que en este caso, no me llegó con tanto retardo y cuando explotó el fenómeno, de la mano de Cumbio y amigos, yo ya tenía un par de años de no usarlo más.
Tuve dos. Ninguno netamente personal, cosa que me deja tranquila. Uno con una amiga, que usaban todas las otras hasta que hicimos otro con varias más. Era el fotolog de mi grupito, en el que básicamente subíamos fotos de nuestras primeras noches de alcohol y salidas y contábamos cosas que nadie más que nosotras entendía. Poco a poco, todas dejamos de subir fotos y quedó abandonado. (Nota al pie: recién me fijé y está cerrado, no sé quién fue la atrevida, pero me ofende. Habrá represalias)
Lo que sigue es lo actual, Facebook y Twitter, las mejores formas de conocer mucho a alguien sin conocerlo realmente. Además de ser útil por que es una forma de contactarse con viejos conocidos y cosas así, es la herramienta perfecta para el stalker. (Más allá de todas las movidas de privacidad y demáses).
Me abrí un Facebook en primer o segundo año de facultad, y fui una de las últimas entre mis amigas. Al principio no entendía, después le agarré la mano. Tuve mi período de adoración, en el que lo chequeaba todo el tiempo esperando notificaciones que rara vez llegaban. Por suerte se me pasó.
A todos los que tengan Facebook, la gran mayoría de la población terrestre, les habrá pasado de encontrarse viendo fotos de vacaciones de gente que uno ni conoce. Claramente se podría aprovechar el tiempo libre en cosas más útiles, pero en esas noches de aburrimiento y pasividad, las fotos y videos de equises, las encuestas pelotudas de “x”, “y” o “z”, y los jueguitos, sirven.
Dentro del universo Facebook hay de todo: los que cambian la foto de perfil cada dos horas, los que abusan del botoncito de “me gusta”, los que comentan absolutamente todas las fotos de un álbum (sobretodo tíos y padres), los que titulan los álbumes con frases de canciones que nada que ver, los que ponen su barrio en su nombre, los que usan de verdad el “¿Qué estás pensando?”, las que ponen “en una relación con” alguna amiga, y podría seguir…
Con Twitter pasa algo parecido, sobretodo ahora que se está haciendo verdaderamente masivo. No, no me importa que estás saliendo de la facultad y qué paja volver a casa o que estás yendo a comer un helado. Por gente así, otra gente que no usa Twitter piensa que los que sí usamos somos unos giles que necesitan contar todo el tiempo qué están haciendo. Que los hay los hay, pero no son la mayoría. No confundan.
Yo banco Twitter. Me divierte bastante y me entero de muchas cosas que quizás si no tuviera me enteraría pero con retraso o no me enteraría.
A mí entender, hay varios tipos de twitteros: los que mencioné previamente, los que lo usan como escenario de stand up, los excesivamente políticos, los melómanos, los más periodísticos, y los misceláneos. No sé bien en qué categoría entro. Ponele que todos.
El gran problema que tengo es que mis amigas no entienden Twitter, y se ríen de las cosas que escribo, cosa que me inhibe, porque después de todo soy una pequeña persona con sentimientos y esas cosas. La verdad verdadera es que no entienden Twitter, por eso me boludean. Yo elijo quedarme con esta versión.
Me podría poner a preguntar si este fenómeno es positivo, pero lo cierto es que ya está instalado en el chip de casi todos, así que difícilmente cambie la situación. (En algún momento cambiará, cuando aparezca algo todavía más invasivo y propenso al stalkeo)
De hecho, yo creo que al menos Twitter es una herramienta bastante útil, por no decir muy. Pero no quiero seguir con este debate porque a-me aburre, b-me gusta tener razón, c-la seriedad acá no da.
ABC.

martes, 31 de agosto de 2010

Tripping

De mi casa a la facultad tardo, mínimo, 45 minutos en colectivo. De vuelta es lo mismo, y dependiendo del día y la hora capaz hasta un poco más. Es decir, de base tengo 1 hora 30 minutos arriba de un bondi todos los lunes a viernes del año (salvo cuando es feriado, vacaciones, me llevan en auto o no voy, que siendo yo tan aplicada, rara vez pasa). A esa hora treinta por día le agrego 3 horas por fin de semana, o capaz un poco más. En total, y si me equivoco (puede pasar, puede pasar) corríjanme, por semana tengo mínimo unas diez horas 30 minutos, arriba de un bondi. Ponele 12, más redondo.
No tengo ganas de hacerlo, pero imagínense cuánto tiempo pierdo a lo largo de mi vida viajando en bondi con esos números que les tiré.
Es bastante…bueno, más o menos…hay gente que viaja mucho más, pero acá hablo de mí, salvo cuando critico, claro.
Como los números no son lo mío, me voy a correr de eje y voy a pasar a lo que me gusta: criticar. Ah, no…emmm…contar lo que veo desde un punto de vista subjetivo y opinante.
Mi colectivo de cabecera es el 152. Casi siempre me lo tomo a la misma hora. Del mismo lugar, al mismo lugar. Sin embargo, el 152 pasa tan seguido que rara vez me cruzo a la misma gente. Pero tengo visto a un par. Ejemplos: una señora de aproximadamente 67 años y 4 meses, con mucha cara de conchuda, que se sube fingiendo caminar medio mal, encuentra asiento, y al bajarse camina más rápido que yo; un friki con Marilyn Manson, o símil, al mango que nunca, nunca, se sienta; un ex colorado de 30 años, ponele, que se sube hablando por teléfono, corta, manda mensajes, vuelve a hablar por teléfono, vuelve a cortar, y así sigue hasta que yo me bajo; una parejita palermitana que no se suelta; una pibita medio hippie, morral, sweeter norteño y rasta cocida que se baja por Sociales; y ya no lo veo más, pero el año pasado siempre me cruzaba a un chico con un buzo de Vilo, muy parecido al Ogro Fabbiani, que un día se subió con una bombita de luz pegada a una maderita. Y hay más, pero son insignificantes.
Esto de día. El 152 de noche es un mundo distinto. Tenés a las pibitas que se suben borrachas, cantando canciones de cancha, provocando la sonrisa de casi todo el bondi (la mía no); tenés a los frikis que se suben por la zona de la bond street; los pibes que aprovechan el estado de ebriedad de alguna chica para sacarle el celular o el facebook; los que se juntan a ver Star Wars y comer helado y onda 4 arrancan a sus respectivas cuevas; los conocidos que mucho no se llevan y coinciden vuelta, y tratan de disimular la incomodidad hablando de giladas.
Y aunque parezca que la paso como el orto, en realidad la paso bastante bien. Salvo esos días en que la ciudad es un desastre y el colectivo no avanza, o está lleno de gente o varios etcéteras, disfruto bastante el viaje en bondi: soy bastante selectiva con los colectivos y consigo lugar el 91% de las veces. Y una vez que estoy sentada ya está, puedo escuchar música, y poner pausa cuando quiero escuchar alguna conversación cercana, o leer, posicionándome estratégicamente para que los curiosos no puedan ver qué estoy leyendo y se mueran de intriga.
Mis viajes preferidos son aquellos donde los colectiveros se pelean con los transeúntes. Los colectiveros no son mi gente preferida, pero arriba del bondi les permito casi todo, siempre y cuando se mantengan en la legalidad. Además es como que cuando estoy en el bondi lo defiendo a muerte, es mi equipo.
En conclusión, me gusta viajar en colectivo. Pero si me quieren llevar en auto, mejor.

Uno veinticinco, por favor.

jueves, 1 de julio de 2010

Casitas en el río

Después de varios viajes en el 37 recién hoy me dí cuenta de las casitas en el río. De chica así les decía a las plantas potabilizadoras que están en el río y se ven desde la costanera. Pensaba que ahí adentro vivían duendes, o sirenas o alguna de esas cosas que inventan los padres para no tener que pensar ante las preguntas, contantes y molestísimas, de sus hijos. ¿Cómo le explicas a una nena de 5 años que esas construcciones en el medio del río limpian el agua y la mandan a tu casa para que cuando abras la canilla salga agua semi clara? (¿Es así como funcionan, no?) Es más fácil aceptar la propuesta de la nena de 5 que asegura que ahí adentro vive alguna criatura mágica. Y todos contentos.
Más allá de mi habitual mal humor vespertino, producto de un bondi lleno, sueño y cero ganas de hacer otra cosa que no sea dormir, ver las casitas en el río me dio un poco de felicidad. Por un momento volví a tener 5 años, y todas las cosas que generalmente me dan vueltas en la cabeza desaparecieron, para después volver, obviamente.
Y de las casitas en el río me fui a esos tanques gigantes de agua, como el que está, creo, dentro de la esma, que yo creía piletas comunales un poco raras. Mis padres, nuevamente, nunca me corrigieron. ¿Para qué? Mientras no tratara de meterme o algo así, estaba todo bien.
Y seguí pensando en piletas. En especial la del club al que fui toda mi infancia. Además de tener un trampolín enorme de varios metros, del que me tiré sólo una vez, tenía, como toda pileta, un círculo negro pintado en el fondo, en la parte más honda. Siempre tuve una fascinación medio extraña con los tiburones: les tengo mucho miedo, pero no puedo evitar clavarme los documentales que los muestran defenestrando una pobre foca que no llegó a meter quinta e irse. Morbosidad, supongo. Cuestión que alguien, probablemente alguno de mis hermanos, una vez me dijo que del círculo negro salían tiburones justo cuando estabas nadando por arriba. Y yo compré. A partir de ese momento, cada vez que nadaba por esos lados iba rápido, muy rápido, para alcanzar el borde y salir, en caso de que apareciera algún tiburón. Y aunque sabía que era imposible, tuvo que pasar un largo tiempo para que se me fuera ese miedo.
Y cuando estaba en el ápice de mi delirio, el bondi llegó al final de su recorrido y tuve que entrar a cursar. Y tuve que bajar, y ponerme el traje de chica grande con responsabilidades y preocupaciones. Y cuando me quise dar cuenta todos los recuerdos lindos resultaron ser eso, recuerdos.

domingo, 16 de mayo de 2010

El ataque de las palomas asesinas

Desde que empecé a andar sola en colectivo, cada vez que me bajo en la parada del colegio sobre la avenida, tengo el mismo problema. Hay un ser...malo, muy malo. A partir de las cuatro de la tarde, más o menos, se posiciona. Siempre en el mismo lugar. Se sienta, se queda mirando. Saca la bolsa, que estuvo preparando todo el día, y empieza. Tira un poco y llegan. Diez palomas. Después cinco más. Así hasta que se arma un grupete de palomas ávidas de migas de pan, que no van a dejar que nada se interponga en su camino. Y por nada me refiero a nada, ni siquiera a la gente que pasa caminando.
Para colmo, el señor se sienta en la parte más angosta de la calle, en el medio del puesto de flores y el kiosco. Entonces si querés pasar por ahí no queda otra que llenarte de orgullo, contar hasta 10 y mandarte rápido, tratando de no mirar a los ojos a estas hijas de puta que están como extasiadas por el pan.
Siempre me funca. Hasta hace un par de días.
Me bajé, y empecé a caminar por Maipú. Llegó el momento. Ahí estaba él, ahí estaban ellas. Y yo. Había más de las que suele haber. Pero me mandé igual. Primer paso. Segundo. Otro más. Llegué al límite de su territorio. Si ya estaba ahí, no quedaba otra que cruzar lo más rápido posible esos 4 metros. Debo haber pisado un pan o algo así, porque se me vinieron cinco palomas a los pies. Instinto: patear( al son de mi grito que sirve para todas las ocasiones, el gritito que una amiga calificó de "de cotorra"). Si alguna vez trataste de patear y caminar al mismo tiempo sabrás que hay un 84% de probabilidad de que te caigas, mínimo que trastabilles. No llegué a caerme, fue más un tropezón en el que ninguna parte de mi cuerpo estaba tocando el piso. Mitad de media milésima de segundo ya me había repuesto, pero estaba en la mitad del trayecto. Y fue así cuando otras cinco palomas me atacaron, esta vez de la cintura para arriba. Encima tenía la campera colgando, y juro, juro, que una trató de hacer de mi abrigo un nido. Se metió y no salía, la hija de puta. A esta altura, ya perdí mi dignidad y no me importó hacer los movimientos que hice y pegar los gritos que pegué. Ya estaba jugada.
Fue todo muy rápido. Salí del territorio palomas, me dí vuelta para mirar con alta cara de culo al viejo, mientras me arreglaba el pelo que había quedado más revuelto que de costumbre. Cruzamos miradas, y él se dio cuenta de mi intención de bardeo telepático y me mandó tres palomas más. Me dí vuelta muy rápido y seguí caminando, esta vez más rápido y los palomas volvieron a su zona. No me dí vuelta nunca más.
Llegué a casa, cerré las ventanas y me quedé un rato mirando para afuera, a ver si había palomas dando vueltas.
Hasta ahora no volví a la zona. Volví, pero no era la hora.
Parte de mí quiere venganza, parte de mí llora de tan sólo pensar un nuevo encuentro.
No sé si voy a encontrar solución a este asunto. Por el momento, voy a evitar bajar en esa parada, total es lo mismo. Una cuadra.

jueves, 29 de abril de 2010

The fair

Yyyy quería trabajar...quería. Una semana después y quiero mandar todo a la mierda. La fucking monotonía de decir y hacer siempre lo mismo.
Trabajar en la feria se complica cuando no sos una persona con mucha paciencia. La gente te pregunta las cosas mil veces, no te escucha, interrumpe, se va sin saludar, se queda media hora rompiendo las pelotas y no compra nada.
Es un desfile constante de madres que no controlan a sus hijos, y los dejan ahí jugando con la boluda (yo) que ya perdió las ganas de vivir. Abuelas que no entienden nada. Padres ausentes que quieren comprar el amor de sus hijos con un aparatito corta papel. Maestras jardineras con un exceso de felicidad encima. Adolescentes más boludos que nunca. Colegialas gritando. Y más y más personajes.
Los números 10, 18, 20 y 35 pasaron a ser los números que más odio.
Y todo lo que digo siento que puede ser tomado a mal. "Apreatlo fuerte", "dale hasta el fondo", "es más chico y más duro". Pero la única mal pensada soy yo, claramente.
La única forma de remar los días que me quedan es pensar este trabajín como un experimento sociológico. Ahí estoy yo, de incógnito en un ambiente tan heterogéneo e interesante. Y nadie se da cuenta que los estoy estudiando y analizando. Sí señora, usted es mi ratira número 236 y cada movimiento que haga va a ser captado por mí, y luego finamente analizado. Todo en pos de la ciencia.
De todas maneras, hay momentos en los que disfruto la feria. El camino de salida. Mirando libros, con poca gente, mucha tranquilidad. Y qué bueno sería quedarme una noche encerrada acá.
Pero mejor me voy, que se hace tarde y todavía tengo que hacer mil cosas.

miércoles, 14 de abril de 2010

Mua

Me gustan los libros cuyos personajes parecen ser independientes los unos de los otros hasta que se cruzan de alguna forma.
Me gusta estar despierta a la noche, aunque también me gusta irme a dormir temprano. Me gusta salir hasta que amanece y volver a casa mientras la ciudad se va despertando.
En invierno me gusta levantarme y tener que emponcharme para salir a la calle.
Me gusta mucho, pero mucho el café. Y más me gusta tomar café y fumar.
Me gusta encontrar bandas nuevas. Y que me gusten mucho, mucho.
Me gustan las charlas con mis hermanos. Y los desayunos casuales con alguno de mis padres los fines de semana.
Me gusta cuando la gente me habla de cine.
Me gustan los medios de transporte vacíos, y manejar cuando es muy de noche.
Las ciudades costeras que en verano son moda, me gustan en otoño e invierno, cuando no hay casi nadie.
Tengo la costumbre de corregir a la gente cuando usa mal los verbos.
Los mejores regalos que recibí en mi vida fueron una máquina para hacer helados cuando era chica y libros varios, ya de grandecita.
No me acuerdo cuando dejé de creer en Papá Noel.
No me gusta usar manteca de cacao ni usar jeans con zapatillas. No me gusta el pescado y tengo la leve sospecha de que nunca me va a gustar. Siempre odié la matemática, pero las pocas veces que pude hacer correctamente un ejercicio me sentí muy bien.
Los domingos me deprimen.
No soy vegetariana pero prefiero comer carne en pocas cantidades.
No creo en nada más que en mí. Hasta que se demuestre lo contrario.
Y esto se volvió muy serio.Chau.

lunes, 12 de abril de 2010

0800laputaqueteparió

No me gusta atender el teléfono. Cuando estoy sola en mi casa, aprovecho y me manejo con la regla del que suene, total si es para mí me llaman al celular. “Decile a tu papá…avísale a tu vieja entonces…por favor que se comunique conmigo…”. Ni en pedo. Siempre me olvido.
Entonces cuando hoy sonó el teléfono me hice la boluda. Seguí con la mirada clavada en la pantalla de la tele, buscando algo decente. Pero no llamaron una vez. Llamaron 3 veces, a promedio de 7 rings por llamado. Me hinché las pelotas y atendí.

Pilar-¿Hola?
X- Hola. ¿Quién habla?
P- ¿Cómo quién habla? Llamaron acá, yo atendí. ¿Quién es?


(Recuerden: no me gusta hablar por teléfono y menos me gusta tener que remar charlas con gente que no me interesa, ni sé quién es.)

X- Soy yo. ¿Quién sos?
P- No conozco ningún yo. ¿Qué te importa quién soy? Vos llamaste.


Aumenta mi temperatura corporal. Para mal.

X- Jaja, dale…siempre me haces lo mismo. Pasame con Mariano que le tengo que preguntar una cosa.


A esta altura ya me di cuenta de que es número equivocado. En un momento dudé y pensé que quizás era algún conocido de mis viejos y yo estaba siendo muy, pero muy maleducada.

P- ¿Eeeee? ¿De qué hablas? Acá no hay ningún Mariano. Te equivocaste de número tarado. La próxima marca mejor porque me despertaste. Chau.

Estaba apunto de cortar y le mandé un “¡Gil!”, mi insulto legal preferido.
Corté antes de que pudiera decir algo. Aunque el llamado me molestó, quedé como satisfecha. Me reí un poco, saqué el “mute” de la tele y seguí haciendo zapping.
Suena el teléfono de nuevo. La puta madre, grité. No voy a atender, pensé. Soná conchudo, no pienso moverme. Pero de nuevo lo mismo. Exceso de rings y al final atendí.

P- Hooola.


No fue una pregunta, fue más como una afirmación. Esto hizo que mi voz sonara distinto supongo porque el Tarado no se dio cuenta que había llamado a la misma casa.

X- Hola, por favor con Mariano. Habla Carlos.

Carlos. Tarado se llama Carlos.

P- ¿Otra vez vos? Marcá bien. Fíjate bien el número, porque claramente lo tenés mal. Acá no vive ningún Mariano.


Corté. No es que sea tan rápidamente irritable. Pero con los números de las casas en las que viví siempre tuve mala suerte. En una época llamaban preguntando por remisería fácil 3 veces por día. Cada tanto mi viejo (supongo que heredé esto de él) mandaba algún Duna blanco. Lo deben seguir esperando.
Volví a mi rutina, pero sonó el teléfono de nuevo

P-¡Pelotudo, la puta que te parió! ¡Dejá de llamar!
X2- Ay…em…perdón. Creo que me equivoqué de número.


No. No se había equivocado. Reconocí la voz. Pero ya era muy tarde para pedir perdón.
Después de eso no volvió a sonar el teléfono hasta llegada la noche, cuando no era yo la única en casa.
Yo, por las dudas, no atiendo más.

miércoles, 7 de abril de 2010

Mi ciudad, mi quilombo

Abro el word y empiezo a escribir. Qué bueno sería una máquina de escribir de esas bien viejas. Las cosas saldrían mejor. Otra mística.
Tenía miles de cosas en la cabeza volviendo para mi casa. La principal: escribir, escribir, escribir.
Pero como siempre, las mejores ideas llegan en momentos inoportunos: una y media de la tarde, bondi lleno, gente extraña rozando cada parte de mi cuerpo. Se baja una chica. Claramente es mi turno de sentarme. Lo hago. Más tranquila empiezo a divagar. Veo cosas que disparan ideas adentro de mi cabecita. Cosas a desarrollar. Como me conozco y sé que me voy a olvidar trato de sacar un cuaderno. Pero (siempre hay un pero) aparece una señora mayor…buen, semi mayor, no sé. Mi moral (o algo parecido a eso) me dice que me levante y le pregunte si se quiere sentar. Obvio que se quiere sentar. Cruzó todo el colectivo porque me vio cara de boluda. Trata de disimular la sonrisa de vieja hija de puta y me dice “bueno, gracias corazón”.
De vuelta a lo mío, mientras pienso que la vieja se va a bajar en 15 cuadras (no, me equivocaba, se bajó una parada antes que yo) Me voy a olvidar esa idea mágica. Lo sé.
Trato de darle vueltas al concepto para no olvidarme. Repetirlo con distintas palabras. Hasta en distintos idiomas.
Mientras tanto Morrissey me cuenta de su novia en coma, y yo, que obviamente ya me olvidé, trato de mantener mi pie quieto y evitar las miradas de reprobación de la emo que se acaba de subir y se posiciona al lado mío.
Casi Plaza Italia. Un pibe se baja y puedo volver a sentarme. Morrissey me abandonó hace rato y la función shuffle (el Word me corrige y me pone suflé) decidió que era hora de escuchar Joy Division. Bien arriba.
Lo primero que veo cuando miro para la ventana es el Zoológico que, dicho sea de paso, nunca me gustó. “Bienvenidos al Zoo” dice el cartel. Justo justo. El día que tardé más de media hora desde Marcelo T y Callao hasta Güemes y Coronel Díaz porque parece que el subte no anda. De nuevo. El día que escuchamos bombos durante casi toda una clase.
Seguí mirando por la ventana del 152, mi eterno compañero de viajes a cualquier lado.
Y pensé que ya no me sorprende. Me acostumbré a tener un as en la manga cada mañana por si el subte no anda y todos los que suelen viajar por debajo salen a la superficie y me ocupan el Bondi.Ya no me sorprenden los piquetes. Hasta llegué a pensar que hacen bastante pintoresca a la ciudad. Seguro que en otros lados no pasa. Disfrutemos de nuestra singularidad.
Sigo en el bondi. Mr. Ipod ahora me sale con la versión de “New York, New York” de Cat Power. Y parece que hasta ese momento no me había percatado que en una parte dice algo así como que si se puede sobrevivir en Nueva York, se puede sobrevivir en cualquier lado.
Después de 20 años viviendo en Buenos Aires, a Nueva York me la como cruda. ¿El Bronx es heavy? Salí a caminar por Pompeya a las 3 de la mañana a ver qué pasa (no quiero ofender a la gente de Pompeya eh!).
Estoy por llegar a casa y la batería del ipod se muere. Me paro para bajarme. Toco el timbre bien fuerte, porque siempre se pasan mi parada. Me bajo. Estoy caminando para mi casa cuando una chica y un chico con mucha cara de extranjeros me paran y me preguntan por la Quinta de Olivos. You have to walk, les digo y les hago el gestito de que tienen varias cuadras por delante. Gracias, me dicen. O un intento de gracias.
¿Extrañaran su ciudad primer mundista? ¿Qué les dirán a sus amigos cuando hablan por Skype? ¿Qué título le van a poner al álbum de fotos que suban a Facebook?
Llego a casa. Por fin. No hay nadie. Mejor todavía.
Me siento a comer y me llega un mensaje de mi amiga, la tana, la que vino de Milán hace un par de años a conocer y vuelve cada año porque no aguanta la abstinencia. “Me quedo acá dos meses más. Soy feliz”.
Yo tenía ganas de responderle “y yo me quedo acá hasta que me muera”. Me quedo en el quilombo, el caos, la desorganización. Mi quilombo, mi caos, mi desorganización. Obvio, estaría bueno cambiar un par de cosas. Pero mientras tanto, seamos felices como la tana, que no se quiere ir de acá.
Al final me decidí por “que bueno tana, el viernes salimos a festejar eee”.