Siempre envidie a la gente con mucha memoria.
Lo único que pude aprender de memoria fueron las tablas de multiplicar, y costó bastante. Fueron tardes y tardes de repetir los mismos números una y otra vez, hasta que quedaron fijados en alguna parte de mi cerebrito, gracias a mi madre, que seguramente tuvo que hacer lo mismo con mis dos hermanos algunos años antes.
Hoy, no sé si sé las tablas porque las repetí tanto que ya son como parte de mi ADN o porque ya soy grande y las razono. Yo me inclinaría más por la primera opción.
Lo que siempre me llamó la atención con respecto a la memoria es que hay algunas personas que pueden tener mala memoria, pero tienen la capacidad de recordar ciertas cositas que en verdad, no hacen a la historia. Detalles. Excentricidades. Bizarreadas.
Yo soy una de esas personas. Puede no acordarme nada de mi primer día de facultad pero me acuerdo dónde queda la casa de una amiguita del colegio que no visito desde que tengo 13/14 años. No me acuerdo la dirección, porque de eso se ocupaba mi madre, pero un par de veces pasé por la puerta y la reconocí. Puedo no acordarme de la trama de una película que vi hace dos semanas, pero me acuerdo el teléfono de otra amiga a la que debo haber llamado 4 veces en toda mi vida.
No me acuerdo el orden de ciudades que visitamos en el viaje de egresados, pero me acuerdo de la remera que tenía puesta el día que me caí de la bicicleta y me abrí la pera (una de Los Picapiedras). No me acuerdo cual fue el primer CD que me compré con mi plata, pero me acuerdo que una vez mi hermano me psuedo obligó a comprar un CD de R.E.M. en la cola del Carrefour.
No me acuerdo el nombre de los personajes del último libro que leí, pero me acuerdo de los dibujitos del cassette que más escuché de chica, Piojos y Piojitos. Tampoco me acuerdo del nombre de mis amiguitos de la colonia, pero me acuerdo que una vez le pegué a uno y le rompí los anteojos. En esa colonia había tres hermanos, uno se llamaba Pedro, el otro Tomás y el nombre del otro, que era el que me gustaba a mí, no me lo acuerdo.
También me acuerdo que en 8avo año, o terza media como le decíamos en mi colegio, teníamos los peores viernes de la historia. Cuatro horas de una profesora a la que queríamos tan poco que tratamos de hacerla echar (no lo logramos) y dos horas de ética con un profesor bastante jodido. Era el “día del perdón”, así le pusieron las del otro curso. Básicamente estábamos justificadas por todo. Recuerdo esto, sí, pero no me acuerdo las materias que tuve el último año del colegio, por ejemplo.
Me acuerdo lo que me puse las primeras veces que fui a bailar a matinee pero no me acuerdo qué me puse en mi fiesta de 15. De todos los regalos que alguna vez me dieron me acuerdo sólo de una máquina para hacer helado y un disco de los redondos, “La mosca y la sopa”, ambos para navidad. Siguiendo con este tema, no me acuerdo cuándo me enteré de que Papá Noel no existía, ni quién me lo dijo (aunque sospecho que fueron mis hermanos), pero me acuerdo cuando River ganó la Supercopa con goles del chileno Salas. Y me acuerdo que en ese momento estaba en Luján en la quinta de unos amigos.
Todas estas cosas me las acuerdo de verdad, no porque me las contaron. De esas tengo muchas, porque de chiquita era adorable, obvio.
Mi viejo es igual eh. De hecho, una de las frases que más me hace acordar a él es “y mirá de la boludes de la que me acuerdo…”. Así que ya sabemos de dónde viene la cuestión.
Pero si lo pienso, no es tan terrible. Los recuerdos tienen como una mística diferente, porque de repente se me viene a la mente una imagen que no puedo asociar a ninguna situación, y hay como algo de misterioso en eso, medio novelesco, a mí entender.
Podría seguir ejemplificando el tema, pero mirá qué cosa, ahora no me acuerdo de nada más.
miércoles, 27 de abril de 2011
miércoles, 6 de abril de 2011
Una historia
No me acuerdo cuántos años tenía la primera vez que toqué una computadora, pero sí me acuerdo que hice una especie de hormiga en el Paint. A partir de ese momento, usaba la computadora para dibujar animales inventados y cosas muy deformes y después para jugar a los diferentes juegos que nos compraban. Los destacados eran uno de Toy Story, más adelante uno de guerra, uno de Pokemon que venía en un diskette (nunca pasé del nivel 3) y después los Sims en varias versiones que comprábamos truchos en Parque Saavedra. Sí, siempre muy señorita yo.
Obviamente al ser la más chica, mi hermano mayor tenía el privilegio de usarla primero, y mi hermana algo parecido. Así que La Boluda era la que jugaba cuando la computadora estaba hiper mega recalentada y super lenta. (Por eso entre mis actividades preferidas de chica estaba “hablar sola”, pero eso lo cuento en otra ocasión)
Mucho tiempo después, apareció internet. Primero ICQ que nunca entendí ni usé mucho. De hecho me divertía más mirar cómo se iluminaban los pétalos de la florcita mientras me conectaba que estar realmente conectada.
Pasaron un par de años en los que la computadora era un aparato más. Lo importante pasó cuando volví de un campamento escolar que marcaba el fin de una etapa (la media). Habíamos estado en Bariloche siete días o algo así. Tenía 12 o 13 años y estaba pasando por una de mis épocas más amorfas, y al llegar me encontré con el “emeseene”. Mi hermana me explicó muy a grandes rasgos de qué la iba la cosa esta y accedió a hacerme un mail para que pudiera empezar a incursionar en ella.
Por suerte ese día estaba falta de imaginación y mi mail, que hoy sigo usando, no incluye las palabras “k-pa”, “100pre” o esas cosas que estaban de moda ese año entre las adolescentes (como la gargantilla negra de plástico, que tampoco usé). Mi nombre y apellido, cortito y al pie. Pero mi contraseña aludía a lo que fue la canción de ese viaje, “Corazón de gitano”. Si no fuera por el hecho de que es super larga, hoy la seguiría usando.
Al tener el mismo msn de hace casi 10 años, tengo acumulada una gran cantidad de personas que no conozco (ejemplo: tarjeteros de boliches a los que nunca fui/iré) o que no veo/hablo hace milenios (ejemplo 2: compañeros de primaria que dejé de ver antes de tener msn). Pero que estén ahí no molesta, así que la lista puede seguir subiendo, total voy a seguir hablando con las mismas 10/15 personas.
El otro hito fue el fotolog. Creo que en este caso, no me llegó con tanto retardo y cuando explotó el fenómeno, de la mano de Cumbio y amigos, yo ya tenía un par de años de no usarlo más.
Tuve dos. Ninguno netamente personal, cosa que me deja tranquila. Uno con una amiga, que usaban todas las otras hasta que hicimos otro con varias más. Era el fotolog de mi grupito, en el que básicamente subíamos fotos de nuestras primeras noches de alcohol y salidas y contábamos cosas que nadie más que nosotras entendía. Poco a poco, todas dejamos de subir fotos y quedó abandonado. (Nota al pie: recién me fijé y está cerrado, no sé quién fue la atrevida, pero me ofende. Habrá represalias)
Lo que sigue es lo actual, Facebook y Twitter, las mejores formas de conocer mucho a alguien sin conocerlo realmente. Además de ser útil por que es una forma de contactarse con viejos conocidos y cosas así, es la herramienta perfecta para el stalker. (Más allá de todas las movidas de privacidad y demáses).
Me abrí un Facebook en primer o segundo año de facultad, y fui una de las últimas entre mis amigas. Al principio no entendía, después le agarré la mano. Tuve mi período de adoración, en el que lo chequeaba todo el tiempo esperando notificaciones que rara vez llegaban. Por suerte se me pasó.
A todos los que tengan Facebook, la gran mayoría de la población terrestre, les habrá pasado de encontrarse viendo fotos de vacaciones de gente que uno ni conoce. Claramente se podría aprovechar el tiempo libre en cosas más útiles, pero en esas noches de aburrimiento y pasividad, las fotos y videos de equises, las encuestas pelotudas de “x”, “y” o “z”, y los jueguitos, sirven.
Dentro del universo Facebook hay de todo: los que cambian la foto de perfil cada dos horas, los que abusan del botoncito de “me gusta”, los que comentan absolutamente todas las fotos de un álbum (sobretodo tíos y padres), los que titulan los álbumes con frases de canciones que nada que ver, los que ponen su barrio en su nombre, los que usan de verdad el “¿Qué estás pensando?”, las que ponen “en una relación con” alguna amiga, y podría seguir…
Con Twitter pasa algo parecido, sobretodo ahora que se está haciendo verdaderamente masivo. No, no me importa que estás saliendo de la facultad y qué paja volver a casa o que estás yendo a comer un helado. Por gente así, otra gente que no usa Twitter piensa que los que sí usamos somos unos giles que necesitan contar todo el tiempo qué están haciendo. Que los hay los hay, pero no son la mayoría. No confundan.
Yo banco Twitter. Me divierte bastante y me entero de muchas cosas que quizás si no tuviera me enteraría pero con retraso o no me enteraría.
A mí entender, hay varios tipos de twitteros: los que mencioné previamente, los que lo usan como escenario de stand up, los excesivamente políticos, los melómanos, los más periodísticos, y los misceláneos. No sé bien en qué categoría entro. Ponele que todos.
El gran problema que tengo es que mis amigas no entienden Twitter, y se ríen de las cosas que escribo, cosa que me inhibe, porque después de todo soy una pequeña persona con sentimientos y esas cosas. La verdad verdadera es que no entienden Twitter, por eso me boludean. Yo elijo quedarme con esta versión.
Me podría poner a preguntar si este fenómeno es positivo, pero lo cierto es que ya está instalado en el chip de casi todos, así que difícilmente cambie la situación. (En algún momento cambiará, cuando aparezca algo todavía más invasivo y propenso al stalkeo)
De hecho, yo creo que al menos Twitter es una herramienta bastante útil, por no decir muy. Pero no quiero seguir con este debate porque a-me aburre, b-me gusta tener razón, c-la seriedad acá no da.
ABC.
Obviamente al ser la más chica, mi hermano mayor tenía el privilegio de usarla primero, y mi hermana algo parecido. Así que La Boluda era la que jugaba cuando la computadora estaba hiper mega recalentada y super lenta. (Por eso entre mis actividades preferidas de chica estaba “hablar sola”, pero eso lo cuento en otra ocasión)
Mucho tiempo después, apareció internet. Primero ICQ que nunca entendí ni usé mucho. De hecho me divertía más mirar cómo se iluminaban los pétalos de la florcita mientras me conectaba que estar realmente conectada.
Pasaron un par de años en los que la computadora era un aparato más. Lo importante pasó cuando volví de un campamento escolar que marcaba el fin de una etapa (la media). Habíamos estado en Bariloche siete días o algo así. Tenía 12 o 13 años y estaba pasando por una de mis épocas más amorfas, y al llegar me encontré con el “emeseene”. Mi hermana me explicó muy a grandes rasgos de qué la iba la cosa esta y accedió a hacerme un mail para que pudiera empezar a incursionar en ella.
Por suerte ese día estaba falta de imaginación y mi mail, que hoy sigo usando, no incluye las palabras “k-pa”, “100pre” o esas cosas que estaban de moda ese año entre las adolescentes (como la gargantilla negra de plástico, que tampoco usé). Mi nombre y apellido, cortito y al pie. Pero mi contraseña aludía a lo que fue la canción de ese viaje, “Corazón de gitano”. Si no fuera por el hecho de que es super larga, hoy la seguiría usando.
Al tener el mismo msn de hace casi 10 años, tengo acumulada una gran cantidad de personas que no conozco (ejemplo: tarjeteros de boliches a los que nunca fui/iré) o que no veo/hablo hace milenios (ejemplo 2: compañeros de primaria que dejé de ver antes de tener msn). Pero que estén ahí no molesta, así que la lista puede seguir subiendo, total voy a seguir hablando con las mismas 10/15 personas.
El otro hito fue el fotolog. Creo que en este caso, no me llegó con tanto retardo y cuando explotó el fenómeno, de la mano de Cumbio y amigos, yo ya tenía un par de años de no usarlo más.
Tuve dos. Ninguno netamente personal, cosa que me deja tranquila. Uno con una amiga, que usaban todas las otras hasta que hicimos otro con varias más. Era el fotolog de mi grupito, en el que básicamente subíamos fotos de nuestras primeras noches de alcohol y salidas y contábamos cosas que nadie más que nosotras entendía. Poco a poco, todas dejamos de subir fotos y quedó abandonado. (Nota al pie: recién me fijé y está cerrado, no sé quién fue la atrevida, pero me ofende. Habrá represalias)
Lo que sigue es lo actual, Facebook y Twitter, las mejores formas de conocer mucho a alguien sin conocerlo realmente. Además de ser útil por que es una forma de contactarse con viejos conocidos y cosas así, es la herramienta perfecta para el stalker. (Más allá de todas las movidas de privacidad y demáses).
Me abrí un Facebook en primer o segundo año de facultad, y fui una de las últimas entre mis amigas. Al principio no entendía, después le agarré la mano. Tuve mi período de adoración, en el que lo chequeaba todo el tiempo esperando notificaciones que rara vez llegaban. Por suerte se me pasó.
A todos los que tengan Facebook, la gran mayoría de la población terrestre, les habrá pasado de encontrarse viendo fotos de vacaciones de gente que uno ni conoce. Claramente se podría aprovechar el tiempo libre en cosas más útiles, pero en esas noches de aburrimiento y pasividad, las fotos y videos de equises, las encuestas pelotudas de “x”, “y” o “z”, y los jueguitos, sirven.
Dentro del universo Facebook hay de todo: los que cambian la foto de perfil cada dos horas, los que abusan del botoncito de “me gusta”, los que comentan absolutamente todas las fotos de un álbum (sobretodo tíos y padres), los que titulan los álbumes con frases de canciones que nada que ver, los que ponen su barrio en su nombre, los que usan de verdad el “¿Qué estás pensando?”, las que ponen “en una relación con” alguna amiga, y podría seguir…
Con Twitter pasa algo parecido, sobretodo ahora que se está haciendo verdaderamente masivo. No, no me importa que estás saliendo de la facultad y qué paja volver a casa o que estás yendo a comer un helado. Por gente así, otra gente que no usa Twitter piensa que los que sí usamos somos unos giles que necesitan contar todo el tiempo qué están haciendo. Que los hay los hay, pero no son la mayoría. No confundan.
Yo banco Twitter. Me divierte bastante y me entero de muchas cosas que quizás si no tuviera me enteraría pero con retraso o no me enteraría.
A mí entender, hay varios tipos de twitteros: los que mencioné previamente, los que lo usan como escenario de stand up, los excesivamente políticos, los melómanos, los más periodísticos, y los misceláneos. No sé bien en qué categoría entro. Ponele que todos.
El gran problema que tengo es que mis amigas no entienden Twitter, y se ríen de las cosas que escribo, cosa que me inhibe, porque después de todo soy una pequeña persona con sentimientos y esas cosas. La verdad verdadera es que no entienden Twitter, por eso me boludean. Yo elijo quedarme con esta versión.
Me podría poner a preguntar si este fenómeno es positivo, pero lo cierto es que ya está instalado en el chip de casi todos, así que difícilmente cambie la situación. (En algún momento cambiará, cuando aparezca algo todavía más invasivo y propenso al stalkeo)
De hecho, yo creo que al menos Twitter es una herramienta bastante útil, por no decir muy. Pero no quiero seguir con este debate porque a-me aburre, b-me gusta tener razón, c-la seriedad acá no da.
ABC.
martes, 31 de agosto de 2010
Tripping
De mi casa a la facultad tardo, mínimo, 45 minutos en colectivo. De vuelta es lo mismo, y dependiendo del día y la hora capaz hasta un poco más. Es decir, de base tengo 1 hora 30 minutos arriba de un bondi todos los lunes a viernes del año (salvo cuando es feriado, vacaciones, me llevan en auto o no voy, que siendo yo tan aplicada, rara vez pasa). A esa hora treinta por día le agrego 3 horas por fin de semana, o capaz un poco más. En total, y si me equivoco (puede pasar, puede pasar) corríjanme, por semana tengo mínimo unas diez horas 30 minutos, arriba de un bondi. Ponele 12, más redondo.
No tengo ganas de hacerlo, pero imagínense cuánto tiempo pierdo a lo largo de mi vida viajando en bondi con esos números que les tiré.
Es bastante…bueno, más o menos…hay gente que viaja mucho más, pero acá hablo de mí, salvo cuando critico, claro.
Como los números no son lo mío, me voy a correr de eje y voy a pasar a lo que me gusta: criticar. Ah, no…emmm…contar lo que veo desde un punto de vista subjetivo y opinante.
Mi colectivo de cabecera es el 152. Casi siempre me lo tomo a la misma hora. Del mismo lugar, al mismo lugar. Sin embargo, el 152 pasa tan seguido que rara vez me cruzo a la misma gente. Pero tengo visto a un par. Ejemplos: una señora de aproximadamente 67 años y 4 meses, con mucha cara de conchuda, que se sube fingiendo caminar medio mal, encuentra asiento, y al bajarse camina más rápido que yo; un friki con Marilyn Manson, o símil, al mango que nunca, nunca, se sienta; un ex colorado de 30 años, ponele, que se sube hablando por teléfono, corta, manda mensajes, vuelve a hablar por teléfono, vuelve a cortar, y así sigue hasta que yo me bajo; una parejita palermitana que no se suelta; una pibita medio hippie, morral, sweeter norteño y rasta cocida que se baja por Sociales; y ya no lo veo más, pero el año pasado siempre me cruzaba a un chico con un buzo de Vilo, muy parecido al Ogro Fabbiani, que un día se subió con una bombita de luz pegada a una maderita. Y hay más, pero son insignificantes.
Esto de día. El 152 de noche es un mundo distinto. Tenés a las pibitas que se suben borrachas, cantando canciones de cancha, provocando la sonrisa de casi todo el bondi (la mía no); tenés a los frikis que se suben por la zona de la bond street; los pibes que aprovechan el estado de ebriedad de alguna chica para sacarle el celular o el facebook; los que se juntan a ver Star Wars y comer helado y onda 4 arrancan a sus respectivas cuevas; los conocidos que mucho no se llevan y coinciden vuelta, y tratan de disimular la incomodidad hablando de giladas.
Y aunque parezca que la paso como el orto, en realidad la paso bastante bien. Salvo esos días en que la ciudad es un desastre y el colectivo no avanza, o está lleno de gente o varios etcéteras, disfruto bastante el viaje en bondi: soy bastante selectiva con los colectivos y consigo lugar el 91% de las veces. Y una vez que estoy sentada ya está, puedo escuchar música, y poner pausa cuando quiero escuchar alguna conversación cercana, o leer, posicionándome estratégicamente para que los curiosos no puedan ver qué estoy leyendo y se mueran de intriga.
Mis viajes preferidos son aquellos donde los colectiveros se pelean con los transeúntes. Los colectiveros no son mi gente preferida, pero arriba del bondi les permito casi todo, siempre y cuando se mantengan en la legalidad. Además es como que cuando estoy en el bondi lo defiendo a muerte, es mi equipo.
En conclusión, me gusta viajar en colectivo. Pero si me quieren llevar en auto, mejor.
Uno veinticinco, por favor.
No tengo ganas de hacerlo, pero imagínense cuánto tiempo pierdo a lo largo de mi vida viajando en bondi con esos números que les tiré.
Es bastante…bueno, más o menos…hay gente que viaja mucho más, pero acá hablo de mí, salvo cuando critico, claro.
Como los números no son lo mío, me voy a correr de eje y voy a pasar a lo que me gusta: criticar. Ah, no…emmm…contar lo que veo desde un punto de vista subjetivo y opinante.
Mi colectivo de cabecera es el 152. Casi siempre me lo tomo a la misma hora. Del mismo lugar, al mismo lugar. Sin embargo, el 152 pasa tan seguido que rara vez me cruzo a la misma gente. Pero tengo visto a un par. Ejemplos: una señora de aproximadamente 67 años y 4 meses, con mucha cara de conchuda, que se sube fingiendo caminar medio mal, encuentra asiento, y al bajarse camina más rápido que yo; un friki con Marilyn Manson, o símil, al mango que nunca, nunca, se sienta; un ex colorado de 30 años, ponele, que se sube hablando por teléfono, corta, manda mensajes, vuelve a hablar por teléfono, vuelve a cortar, y así sigue hasta que yo me bajo; una parejita palermitana que no se suelta; una pibita medio hippie, morral, sweeter norteño y rasta cocida que se baja por Sociales; y ya no lo veo más, pero el año pasado siempre me cruzaba a un chico con un buzo de Vilo, muy parecido al Ogro Fabbiani, que un día se subió con una bombita de luz pegada a una maderita. Y hay más, pero son insignificantes.
Esto de día. El 152 de noche es un mundo distinto. Tenés a las pibitas que se suben borrachas, cantando canciones de cancha, provocando la sonrisa de casi todo el bondi (la mía no); tenés a los frikis que se suben por la zona de la bond street; los pibes que aprovechan el estado de ebriedad de alguna chica para sacarle el celular o el facebook; los que se juntan a ver Star Wars y comer helado y onda 4 arrancan a sus respectivas cuevas; los conocidos que mucho no se llevan y coinciden vuelta, y tratan de disimular la incomodidad hablando de giladas.
Y aunque parezca que la paso como el orto, en realidad la paso bastante bien. Salvo esos días en que la ciudad es un desastre y el colectivo no avanza, o está lleno de gente o varios etcéteras, disfruto bastante el viaje en bondi: soy bastante selectiva con los colectivos y consigo lugar el 91% de las veces. Y una vez que estoy sentada ya está, puedo escuchar música, y poner pausa cuando quiero escuchar alguna conversación cercana, o leer, posicionándome estratégicamente para que los curiosos no puedan ver qué estoy leyendo y se mueran de intriga.
Mis viajes preferidos son aquellos donde los colectiveros se pelean con los transeúntes. Los colectiveros no son mi gente preferida, pero arriba del bondi les permito casi todo, siempre y cuando se mantengan en la legalidad. Además es como que cuando estoy en el bondi lo defiendo a muerte, es mi equipo.
En conclusión, me gusta viajar en colectivo. Pero si me quieren llevar en auto, mejor.
Uno veinticinco, por favor.
miércoles, 28 de julio de 2010
De boliche en boliche
Salir a bailar nunca fue una de mis actividades preferidas. Exceptuando la era matinée (en la que tampoco es que me volvía loca por ir al lugar de turno), siempre traté de esquivar la salida al boliche.
Bailar en sí no me disgusta tanto. Y eso que estoy hablando de bailar reggaeton, el 93% de las veces. La música que escucho no suele sonar en los lugares que frecuento los sábados y/o viernes a la noche. Pero los boliches, la mayoría de ellos, son la representación de todo lo que no me gusta. Sin embargo, sigo cayendo en estos lugares, no sin antes luchar (contra mis amigas, claro) pidiendo a gritos alguna fiesta/reunión/bar/muchos etcéteras. El cumpleaños del amigo de la novia del compañero de facultad de la amiga de mi amiga siempre viene bien. Cualquier cosa antes que ir a bailar, salvo quedarme en mi casa.
Entonces trato de hacer de esa salida algo productivo, como por ejemplo analizar a la gente (analizarla a mi modo). Siempre hay algo para analizar, sobretodo a la noche. Es que de noche la gente actúa de formas extrañas: tapados por la oscuridad producto de la falta de sol, hay una especie de sensación de libertad, pareciera que de noche vale todo, o casi todo. Así que para no sentir que estoy perdiendo mi tiempo cuando voy a bailar, me obligo a mí misma a creer que estoy ahí como en una especia de experimento sociológico. Es más o menos así, después de todo.
Estas son las conclusiones a las que llegué después de años de frecuentar boliches. No pueden faltar:
-Las pendejas borrachas: pueden ser vistas en la entrada, sentadas en la calle con la cabeza sobre las piernas, o sea durmiendo, con una o dos amigas alrededor tratando de que de alguna mágica forma se le vaya el pedo. También están adentro, bailando y chocándose con la gente, y haciendo más cosas ridículas que no voy a enumerar porque todo aquel que haya visitado un boliche alguna vez sabe. (Tengo que admitir que alguna vez yo también caí en esta categoría, pero es pasado pisado, pisadísimo).
-El pirata: odio esta palabra, pero es la forma en que son conocidos por todos, así que me voy a apegar a la tiranía social y decirles así. Creo que no hace falta explicar qué es un pirata, Los Auténticos Decadentes se encargaron de explicarlo hace un tiempo.
-Los rugbiers: dícese de la raza de hombres que juegan un deporte llamado “rugby” que consiste en ponerse pantalones muy cortos, y correr tratando de bajar al que tiene la pelota. A estos individuos les gusta estar en grupo y son capaces de hacer cualquier cosa por lograr la aceptación de sus semejantes. En los boliches uno puede encontrarlos en la pista buscando alguien distinto a quien pegarle, o en la barra, siempre en grupo, claro. Misteriosamente, un gran sector del género femenino se siente atraído por estos personajes. Repito, misteriosamente.
-Los que bailan en la tarima: algunos se desesperan por conseguir lugar, y están dispuestos a perder la dignidad, si es que tienen, para estar ahí (empezando por el hecho de que, generalmente, subir a la tarima es un poco complicado y siempre alguien te tiene que empujar). Acá vamos a encontrar de todo: gente que baila bien, gente que baila mal, gente que baila muy mal. Las estrellitas de este espacio son los hombres que bailan tan bien que ya da un poco de rechazo. Tiran pasitos que aprenden en las clases de reggaeton, y tratan de enamorar alguna muchachita desde ahí…desde arriba. Raramente lo consiguen.
-Los que chamuyan todo lo que se mueve: cualquier cosa les viene bien, y es muy gracioso ver cómo el flaco que a las 3 de la mañana arrancó chamuyando a una rubiecita super diosa, a las 5.30 se conforma con lo primero que se choca.
Y después están las situaciones que todos conocemos: el regateo al barman(regateo de regatear, no de re-gatear), las parejitas ocasionales en el medio de la pista, la transpiración, la quemada de cigarrillo, la volcada de cerveza, el grupito que salta al ritmo de la música y atropella a todos, la cola del baño ( donde somos todas amigas), las tocadas de culo y muchas cosas más.
Es muy interesante el ambiente boliche. Uno aprende mucho en estos lugares si se lo propone. En mi caso aprendí todo lo que no quiero ser. Me sirve.
Che, igual un poco me divierto eh.
Bailar en sí no me disgusta tanto. Y eso que estoy hablando de bailar reggaeton, el 93% de las veces. La música que escucho no suele sonar en los lugares que frecuento los sábados y/o viernes a la noche. Pero los boliches, la mayoría de ellos, son la representación de todo lo que no me gusta. Sin embargo, sigo cayendo en estos lugares, no sin antes luchar (contra mis amigas, claro) pidiendo a gritos alguna fiesta/reunión/bar/muchos etcéteras. El cumpleaños del amigo de la novia del compañero de facultad de la amiga de mi amiga siempre viene bien. Cualquier cosa antes que ir a bailar, salvo quedarme en mi casa.
Entonces trato de hacer de esa salida algo productivo, como por ejemplo analizar a la gente (analizarla a mi modo). Siempre hay algo para analizar, sobretodo a la noche. Es que de noche la gente actúa de formas extrañas: tapados por la oscuridad producto de la falta de sol, hay una especie de sensación de libertad, pareciera que de noche vale todo, o casi todo. Así que para no sentir que estoy perdiendo mi tiempo cuando voy a bailar, me obligo a mí misma a creer que estoy ahí como en una especia de experimento sociológico. Es más o menos así, después de todo.
Estas son las conclusiones a las que llegué después de años de frecuentar boliches. No pueden faltar:
-Las pendejas borrachas: pueden ser vistas en la entrada, sentadas en la calle con la cabeza sobre las piernas, o sea durmiendo, con una o dos amigas alrededor tratando de que de alguna mágica forma se le vaya el pedo. También están adentro, bailando y chocándose con la gente, y haciendo más cosas ridículas que no voy a enumerar porque todo aquel que haya visitado un boliche alguna vez sabe. (Tengo que admitir que alguna vez yo también caí en esta categoría, pero es pasado pisado, pisadísimo).
-El pirata: odio esta palabra, pero es la forma en que son conocidos por todos, así que me voy a apegar a la tiranía social y decirles así. Creo que no hace falta explicar qué es un pirata, Los Auténticos Decadentes se encargaron de explicarlo hace un tiempo.
-Los rugbiers: dícese de la raza de hombres que juegan un deporte llamado “rugby” que consiste en ponerse pantalones muy cortos, y correr tratando de bajar al que tiene la pelota. A estos individuos les gusta estar en grupo y son capaces de hacer cualquier cosa por lograr la aceptación de sus semejantes. En los boliches uno puede encontrarlos en la pista buscando alguien distinto a quien pegarle, o en la barra, siempre en grupo, claro. Misteriosamente, un gran sector del género femenino se siente atraído por estos personajes. Repito, misteriosamente.
-Los que bailan en la tarima: algunos se desesperan por conseguir lugar, y están dispuestos a perder la dignidad, si es que tienen, para estar ahí (empezando por el hecho de que, generalmente, subir a la tarima es un poco complicado y siempre alguien te tiene que empujar). Acá vamos a encontrar de todo: gente que baila bien, gente que baila mal, gente que baila muy mal. Las estrellitas de este espacio son los hombres que bailan tan bien que ya da un poco de rechazo. Tiran pasitos que aprenden en las clases de reggaeton, y tratan de enamorar alguna muchachita desde ahí…desde arriba. Raramente lo consiguen.
-Los que chamuyan todo lo que se mueve: cualquier cosa les viene bien, y es muy gracioso ver cómo el flaco que a las 3 de la mañana arrancó chamuyando a una rubiecita super diosa, a las 5.30 se conforma con lo primero que se choca.
Y después están las situaciones que todos conocemos: el regateo al barman(regateo de regatear, no de re-gatear), las parejitas ocasionales en el medio de la pista, la transpiración, la quemada de cigarrillo, la volcada de cerveza, el grupito que salta al ritmo de la música y atropella a todos, la cola del baño ( donde somos todas amigas), las tocadas de culo y muchas cosas más.
Es muy interesante el ambiente boliche. Uno aprende mucho en estos lugares si se lo propone. En mi caso aprendí todo lo que no quiero ser. Me sirve.
Che, igual un poco me divierto eh.
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